Discurso sobre El secreto del bosque de los desamparados durante el IV evento de l@s autentic@s devora libros.
Os dejo un pequeño texto que hice para este evento, además del enlace para descargar el pdf con los textos de todas las personas que estaban en el escenario, los piratas de tinta y letras.
https://posadasescritor.es/piratas-de-tinta-y-letras/
—Debes de estar recordando algo que te aporte mucha dicha
para tener una sonrisa como la tuya en esta situación —me dijo la última
incorporación a mi tripulación, Jotol. Un tipo de unos cincuenta años curtido
durante toda su vida en la mar. No le conocía demasiado, sin embargo, era un
marinero ejemplar.
Salí de mis pensamientos. Jotol me miraba. La fuerza con la
que soplaba el viento y nos arrastraba a nuestro destino también movía su pelo
y, en muchos casos, le hacía tambalearse.
—Estamos muy cerca de nuestro destino—ensanché mi sonrisa—.
Llevo toda la vida aguardando este momento. Mi último viaje.
—Muchas son las historias sobre el capitán Bruma Roja.
Prendió fuego a los muelles de Nalyd cuando el rey le negó la posibilidad de
atracar allí. Saqueó los tesoros de Draelon y venció a un millar de hombres en
Mayok él solo. —Jotol mostraba un entusiasmo desmedido en el semblante al
hablar de nuestro objetivo, aquel a quien íbamos a matar.
Solté una risotada.
—Las historias se propagan velozmente por absurdas que
estas sean. Draelon no tiene tesoros. Nalyd nunca ha tenido defensa marítima y
el ejército de Mayok no tiene un millar de hombres. Habladurías —dije con
desdén.
—Escuché la historia de que su padre es un dios de la mar y
le concedió a su hijo el don de la inmortalidad. Su piel es impenetrable.
¡Nadie le puede matar!
—Se podría decir que admiras a ese pirata. No entiendo
entonces como te uniste a mi tripulación a sabiendas de que nuestro objetivo es
dar caza a piratas. En este caso al capitán Bruma Roja concretamente.
—Mi mayor deseo es verle en persona.
—Un deseo que puede ser el último. Es más que probable que
muchos de nosotros no regresemos a nuestras casas. ¿Habías pensado en eso?
Jotol asintió.
—Bueno…, también he oído hablar de ti.
—Cosas buenas espero —interrumpí—. Las historias solo son
historias.
—Pues yo creo que Bruma Roja es inmortal, por eso sigue
vivo después de todo —aseguró Jotol mostrando su molestia—. ¿Tú no crees en su
inmortalidad?
—Para qué iba a esconderse si no puede morir —contesté,
solemne—. Te puedo asegurar que he conocido a varios seres inmortales. Y todos
los seres vivos mueren. Sin excepción. Antes de que todo esto acabe nuestros
cuerpos flotarán en el mar sin vida y nuestras historias serán olvidadas.
—Eres un joven fuerte, Kannem, pero tu pelo negro y tus
ojos verdes no serán suficiente como para vencer a Bruma Roja. Tu pelo se
mojará y tus ojos se llenarán de agua. Tus pulmones se encharcarán y la vida
que conoces se convertirá en bruma.
—¿Para qué te has embarcado conmigo si tienes tan claro que
voy a perder?
—Ya te lo he dicho, quiero verlo.
—Tu vida es un precio muy alto a pagar solo por ver a ese
malnacido. Solo es un hombre cruel.
—Ya he conocido al famoso Kannem, terror de los piratas.
Ahora me falta conocer a la otra leyenda viva de la mar. Al capitán Bruma Roja.
Tenía razón. Mi fama se había extendido por los mares de
Aetoris a Draelon, incluso en los mares desconocidos del oeste. Sin embargo, no
siempre fue así. Yo nunca pretendí hacerme famoso; simplemente quería consumar
mi venganza para poder dormir en paz junto a mi familia. No recordaba la última
vez que vi mi alma dormida.
Mi padre me contó que nací en alta mar, cerca de las Islas
del Comercio. Mi madre murió durante el parto y él tuvo que hacerse cargo de
mí. No creo que fuese fácil para él criar a un niño en alta mar. Y mucho menos
si eras un pirata.
Todo lo que recuerdo de mi infancia es que navegábamos a
las órdenes de Bruma Roja. Abordaban algunos barcos débiles mientras yo me
escondía para no sufrir ningún daño.
La vida siendo un delincuente consiste en dormir con un ojo
abierto porque nunca sabes quién puede venir a sacártelos de las cuencas. Mi
padre siempre fue ese ojo abierto.
Crecí en la mar hasta que, un día, mi padre murió en un
abordaje. Para entonces yo solo era un adolescente engreído que, al igual que
Jotol, admiraba al gran Bruma Roja, el famoso capitán pirata que parecía
invisible para los demás. Se decía que se fundía en las brumas y para cuando
sus enemigos se habían dado cuenta de su presencia ya habían tintado las brumas
con su sangre.
Recuerdo la muerte de mi padre como si fuese ayer.
Abordaban un navío de la realeza reodana cargado de tesoros para comprar
mercancías en las Islas del Comercio. Bueno, más bien intentaban hacerlo. Aquel
navío, a pesar de ser un navío mercante, iba custodiado por varios galeones. El
abordaje se complicó. Si no se retiraban todos morirían y, aun retirándose,
estuvieron a punto de morir. Había oído a la tripulación de Bruma Roja decir
que nunca dejaban a un hombre atrás, pues ese día lo hicieron.
Gran parte de los hombres regresaron abandonando el
abordaje, pero varios quedaron atrapados en el navío mercante y los dejaron a
su suerte. Entre ellos mi padre. Ese trágico día perdí la inocencia. Y la
inocencia, al igual que la virginidad, solo se pierde una vez en la vida. Más
tarde escuché decir que todos fueron ejecutados frente al palacio de Reodo.
Tuvieron la generosidad de dejarme marchar en las costas de
Draelon. Lloré durante días. Estaba completamente solo y no era más que un
niño. Trabajé en una taberna para poder comer y en mi tiempo libre comencé a
adiestrarme y a estudiar cartas náuticas para poder orientarme en la mar.
Aprendía todo lo que me era posible sobre la mar y el combate con el único fin
de dar caza a todo pirata habido o por haber. Los quería muertos a todos.
Cuando fui adulto consagré mi vida a la mar y, durante
años, cacé piratas sin el menor remordimiento. Me aseguré de atravesar con mi
cimitarra a toda la tripulación que abandonó a mi padre, pero por el camino
aprovechaba para dar caza a otros. Les odiaba a todos ellos. Cazar piratas no
está remunerado como tal a no ser que se ofrezca una recompensa por ellos, no
obstante, arrebatarles sus tesoros daba para vivir la vida. En muchas
ocasiones, si su barco era mejor, lo cambiaba. De hecho, el primer navío que
tripulé lo robé a un pirata en las costas de Draelon antes de rebanarle el
pescuezo.
En uno de mis regresos a Draelon para cargar provisiones y
sustituir a los miembros de mi tripulación caídos, la conocí a ella. A Dariry.
Dariry me dio un hogar y una familia. Dos hijos preciosos,
revoltosos y desobedientes.
Tenía una vida perfecta, pero algo me oprimía el pecho
durante el día y me impedía respirar por las noches. Solo quedaba uno. De los
piratas que abandonaron a mi padre solo uno respiraba todavía. El capitán Bruma
Roja.
Para librarme del nudo que tenía en la garganta y poder
continuar con mi vida necesitaba acabar lo que empecé. Reuní a mi tripulación
habitual y recluté a otros. Le busqué durante semanas por las tabernas de todo
Aetoris hasta que, finalmente, escuché que llevaba tiempo fondeado en una
pequeña isla al oeste. La desconocida Isla de los Esclavos. Se decía que antaño
todos los esclavos llegados a Aetoris, sobre todo a Nalyd, provenían de esta
isla. No aparece en los mapas y solo unos pocos conseguían orientarse para
llegar a ella. Por suerte, yo era uno de ellos.
Nunca había trabajado con esclavos, pero recordaba su
ubicación aproximada de cuando mi padre aún vivía. Él me la enseñó y marcó en
un mapa cuando yo tan solo tenía trece años. Todavía conservo dicho mapa y, al
parecer, me servirá para consumar mi venganza.
—¡Tierra! —gritó el vigía desde lo alto de la cofa—.
¡Tierra a la vista!
Corrí hacia la proa, necesitaba verlo con mis propios ojos.
La tripulación se puso a mi alrededor para observar lo que tanto tiempo
llevábamos esperando. Había algo de niebla y tardamos en verlo con claridad,
pero no cabía ninguna duda, estábamos llegando a la Isla de los Esclavos.
Estaba alegre y una sonrisa de serenidad se formó en mi
rostro. Tras avanzar un poco más, mi sonrisa se ensanchó. La Segadora de Olas,
el navío del capitán Bruma Roja, estaba fondeado allí. El charlatán de la
taberna decía la verdad.
Contábamos con el factor sorpresa y eso nos dejaba varias
opciones. La Segadora de Olas era famosa por sus cañones, que nunca habían
perdido una batalla, así que la opción de una lucha naval a cañonazos era
inviable.
Debía de ir a por todas, no podía perderle. Después de
esto, se acabaría lo de jugarme el pellejo para poder dormir por las noches. Se
acabarían las tormentas marítimas golpeando el casco de mi navío. Y se
acabarían el soportar los llantos de las viudas cuando informo de que sus
maridos han perecido. Después de esto solo me quedaría una vida tranquila con
Dariry y mis hijos.
—La niebla todavía nos oculta —dije al segundo de abordo—,
pero no lo hará eternamente. Arriar las velas. El viento nos es favorable y
necesitamos ganar velocidad. ¡Los embestiremos!
El segundo de abordo sonrió y comenzó a dar órdenes. Los
tripulantes arriaron las velas y el viento nos empujó. La Segadora de Olas crecía
ante mis ojos junto a mis nervios.
—Todo listo, Kannem.
Me coloqué detrás del espolón para calcular la trayectoria.
Debíamos darles en el centro con dureza si queríamos dejar la Segadora de Olas
inutilizada.
Fruncí el ceño y entrecerré los ojos para tratar de ver con
claridad. No parecía haber nadie en cubierta de la Segadora de Olas.
—¡Agarraos! —grité, sujetando con fuerza un cabo para
resistir el impacto.
La madera crujió y se astilló. De una embestida nos
fundimos con la Segadora de Olas. Numerosos trozos de madera saltaron a
cubierta y nos golpearon a los que allí estábamos. Otros pedazos flotaban en la
orilla de la Isla de los Esclavos sin más.
—Que los remeros remen hacia atrás —ordené al segundo de
abordo—. ¡El resto seguidme! Vamos a abordar la Segadora de Olas.
Cogí un cabo y, con mucho impulso, salté a la Segadora de
Olas colgado de la cuerda. Me solté de esta y caí en la cubierta destrozada del
navío del capitán Bruma Roja.
El navío estaba muy descuidado, como si llevase mucho
tiempo fondeado allí sin que nadie se acercara a mimarlo. No encontramos a
nadie en todo el navío. Bajé a las bodegas buscando a algún pirata que me diera
respuestas, y encontré un buen cargamento de pólvora. Regresé a cubierta y
ordené a mi tripulación que regresaran. Mi navío aún no se había retirado lo
suficiente y no tuvieron problemas para regresar a él.
—¡Atrás, más deprisa! —ordené a gritos desde la cubierta de
la Segadora de Olas —. Luego fondearemos aquí. En este navío no hay nadie.
Aguardé pacientemente a que mi navío, el Intrépido,
estuviese lo suficientemente lejos como para no quedar dañado, y saqué un trozo
de mecha, que introduje en uno de los barriles de pólvora. Lo extendí para
tener tiempo de salir de allí y lo prendí.
Corrí a cubierta y, desde allí, salté al mar. Me alejé
nadando en dirección al Intrépido. Antes de alcanzarles, la Segadora de Olas
estalló en mil pedazos. Lo que antaño fue el más grandioso y temido barco
pirata ahora solo eran un millar de tablas flotando en el mar.
Alcancé el Intrépido, me lanzaron un cabo y subí a
cubierta. Luego, como había ordenado, fondeamos en las costas de la Isla de los
Esclavos. Mi venganza no había concluido, debía asegurarme de que Bruma Roja ya
formaba solo parte del pasado. Subimos a los botes y llegamos a la orilla.
—Busco al capitán de la embarcación que acaba de estallar,
¿sabes dónde está? —pregunté a la primera persona que encontré.
Este me miró asustado. Estaba esquelético y magullado. Las
costillas se le marcaban a través de la piel y su rostro parecía enfermizo. No
me contestó, simplemente se encogió de hombros. Probablemente, no entendía
nuestro idioma.
Cerca había un hombre con mejor aspecto.
—¿Sabes dónde está Bruma Roja? —pregunté a este.
Se volvió para mirarme con una sonrisa.
—En esta isla nada es gratis —contestó el hombre—. Sí, sé
donde está, sin embargo, no te lo voy a decir.
Saqué unas monedas de la bolsa y se las extendí para
tirarle de la lengua.
—En la taberna. Lleva meses aquí.
Hice un ademán a mi tripulación para que me siguiera a la
taberna. Era un edificio construido en madera cerca de la playa con unas
discretas ventanas desde las que se podía ver el mar.
—Entraré yo solo —dije girándome para mirar a la
tripulación—. Irrumpid si oís alboroto.
Me volví, tiré de la puerta y asomé la cabeza. Dentro olía
a cerveza y vómito. Había algunos clientes sentados en las mesas comiendo y
bebiendo. Lo hacían alegremente, sin embargo, uno de ellos bebía solo en un
rincón con la cabeza gacha. Ese uno era Bruma Roja.
Caminé con pasos cautelosos y me senté frente a él con mi
daga lista. Bruma Roja alzó la cabeza y me miró.
—Creí que nunca me encontrarías —dijo Bruma Roja mostrando
un semblante triste. El semblante que tendría alguien que se ha rendido.
—Me ha costado mucho, pero con constancia y perseverancia
todo se consigue. Con tiempo las posibilidades son infinitas.
—El temido Kannem. Exterminador de piratas, y todo por
rencor y venganza. Habrías sido un pirata más temido que yo. —Bruma Roja dio un
trago al contenido de su jarra.
—He venido a terminar lo que tú empezaste al abandonar a mi
padre. Eres el último pirata vivo de la tripulación que ese día le abandonó. El
error que cometiste fue perdonarme a mí la vida —dije, agarrando su jarra y
dando un trago. Era ron.
—He cometido muchos errores en mi vida. Creí que aquí
estaría seguro para pasar el resto de mis días. He robado suficiente como para
vivir cuatro vidas aquí. Sin embargo, no me acostumbro a estar en tierra.
Cuando tienes una vida, no puedes cambiarla. Te darás cuenta de ello con el
tiempo.
—Tú hoy la cambiarás —aseguré dando otro trago al ron—. Hoy
es el día de tu muerte. Te reunirás con tu antigua tripulación y espero que mi
padre te martirice allá donde os reunáis los piratas después de muertos.
—La venganza… Yo también he sentido la necesidad de
vengarme en incontables ocasiones. Déjame que te diga una cosa, muchacho. La
venganza es una rueda. Siempre regresa. Tú te vengas de alguien por algo y
luego ese alguien quiere vengarse de ti. Lógico, ¿no? —Bruma Roja tosió
violentamente—. En uno de mis viajes, conocí a un sacerdote católico. Una
religión practicada muy lejos de aquí. Lo que me contaba ese hombre para mí era
incoherente y sin sentido, pero hubo una cosa en la que sí tenía razón. En esta
religión se dice que, si te golpean, hay que poner la otra mejilla.
—¿Para qué te vuelvan a golpear? —pregunté confuso.
Bruma Roja asintió.
—Si tu devuelves el golpe, es probable que te golpeen de
nuevo también a ti, pero si tu ofreces la otra mejilla, es posible que decidan
no golpearte de nuevo. No sé si me entiendes, pero se puede aplicar a tus
ansias de venganza. Déjalo ya.
—No tiene mucho sentido —contesté—. La satisfacción de
saciar tu sed de venganza no es comparable a la desolación de no hacerlo.
—Puede no parecer tenerlo, no obstante, cuando has vivido
tanto como yo, te das cuenta de que muchas cosas que antes carecían de sentido
ahora sí lo tienen. —Bruma Roja me miró a los ojos.
Contemplé sus ojos crueles y pensé en sus palabras.
—Pretendes evitar que te mate. Ya entiendo por donde vas.
—Bajo la mesa, le clavé la daga en su muslo izquierdo.
Bruma Roja apretó los músculos, sobre todo la mandíbula,
sin embargo, contuvo el grito para no llamar la atención.
—En absoluto, Kannem. Estoy listo para irme. Soy un viejo
pirata sin tripulación. —Asomó su cabeza por la ventana—. Y también sin navío.
Hazlo. Solo quiero que recuerdes mis palabras, algún día me darás la razón.
Espero que no sea tarde para que aprendas algo.
Apuñalé a Bruma Roja en los muslos las suficientes veces
como para asegurarme de que se desangraría. En otro lugar con las leyes de
Aetoris o Draelon podría haberle matado sin que nadie dijese nada. Era un
conocido y buscado pirata. Sin embargo, aquí, todo cambiaba y prefería evitar
tener que explicar por qué había matado a ese hombre. Limpié la daga en sus
ropajes y la guardé.
El rostro de Bruma Roja había palidecido, pero no reflejaba
temor. Sin ninguna duda estaba listo para afrontar el final. Yo esperaba ser
capaz de afrontar el mío y dejar esta vida para siempre. Todo había terminado.
—Dale recuerdos a mi padre.
Me puse en pie y me marché al exterior. La tripulación me
miró, ansiosa por saber si lo había encontrado.
—Está hecho. Ahora, larguémonos de aquí. Estaréis ansiosos
por regresar a vuestras casas.
La tripulación gritó, festejando que todo había terminado.
Regresamos al navío y durante esa noche celebramos y festejamos la muerte de
Bruma Roja. Al amanecer partimos a nuestro hogar, a Draelon.
Fue un viaje largo, pero tranquilo. La mar nos respetó y
nos permitió regresar a nuestras casas con nuestras familias.
Desembarqué en Draelon nervioso y entusiasmado. De una vez
por todas podría decirle a Dariry que todo había terminado. Que mi vida ahora
sería para ella y nuestros hijos.
Fui el último en marcharme de la playa. Repartí la paga a
mi tripulación y hablé con los marineros sobre cómo había ido todo.
Caminé hasta mi casa, buscando unas palabras mágicas para
una ocasión mágica. No las encontré, nunca he sido bueno con las palabras. En
su lugar me plantaría frente a ellos y mostraría una gran sonrisa que hablara
por mí.
Llegué a la puerta y la golpeé con los nudillos
enérgicamente, fingiendo desespero. Traté de aparentar que quien estaba fuera
tenía una emergencia. Nadie salió a abrirme. Me han visto llegar, pensé.
Tiré de la puerta y la abrí. El hedor a sangre golpeó mis
fosas nasales y las palabras de Bruma Roja regresaron a mi cabeza. La madera
del suelo había absorbido una gran cantidad de sangre tintándose de color
granate. El arma con la que lo habían hecho estaba junto a los cuerpos.
Tragué saliva. Esto es la venganza, lo que yo dejo a mi
paso en los demás, pensé. Di unos pasos al frente intentando mantener la
entereza. Necesitaba asegurarme de que eran ellos. Las piernas me temblaban con
cada paso y una parte de mí me suplicaba que corriera en dirección opuesta.
Eran Dariry y mis dos pequeños. Degollados sin piedad. Todavía conservaban el
semblante reflejando el terror que debieron de pasar.
Perdí la entereza y caí de rodillas. Golpeé el suelo con
mis puños y lloré desconsoladamente a mi familia. Les abracé, suplicando a
quien me escuchara que me los devolviera y me llevara a mí. Todavía estaban
calientes cuando disolví el abrazo.
Cerca de sus cuerpos vi una nota: He sido yo, Jotol. Soy
padre de uno de los piratas que asesinaste para poder dormir por las noches.
Ahora, sabrás lo que se siente cuando se pierde todo y descubrirás que eso
también quita el sueño. También lo he hecho en honor al grandioso Bruma Roja.
Larga vida a la piratería.
Esto era lo que ocurría cuando la venganza te ciega, al
final se acababa volviendo contra ti.
Tragué saliva. Lo que me había dado el coraje para iniciar
mi empresa, junto a las palabras de Bruma Roja, ahora me mostraba el final.
Pensé en agarrar la daga y atravesarme con ella tantas veces
como había atravesado a Bruma Roja en los muslos, trece veces. Sin embargo,
grité. Grité y agarré una silla que hice astillas contra la pared. Luego agarré
la mesa y como si de un remo se tratara lo estampé contra el suelo. Mis gritos
desolados resonaban más que el crujido de la madera.
Me tiré sobre mi familia y lloré sus muertes durante cinco
días.
Luego fui a la taberna en busca de información sobre Jotol.
Lo que creí que sería el final no era más que el principio. Antes de poder
descansar golpearía a Jotol en ambas mejillas con mi cimitarra.