Ha llegado el día. Ya tenemos la primera historia alternativa. En esta ocasión he cogido una de vuestras propuestas que atañe al prólogo. He optado por esta en parte porque me gustó y en parte porque puede leerla todo el mundo sin necesidad de haber leído la novela El secreto del bosque de los desamparados previamente.
La primera parte (la de fondo gris y letras blancas) que aquí veremos será el prólogo como tal hasta el momento en el que llegan a la cabaña del chamán. No he alterado nada de esta parte y todo es exactamente igual que en la novela. Los que hayáis leído la novela podéis pasar directamente a la parte de la historia alternativa pinchando aquí. Los que no, leed primero el trozo de prólogo (la parte de fondo gris y letras blancas) para poder entender el resto.
—¡Águilas ventisca! ¡Corred! —grité aterrado, advirtiendo a los demás del peligro que corríamos y poniéndome en pie de un salto.
Corrimos a toda prisa, sin mirar atrás, esquivando las palmeras y cipreses, que se hacían cada vez más abundantes a medida que nos alejábamos del río y nos adentrábamos en la selva.
Muchos fueron víctimas de las águilas; eran más fuertes y veloces que nosotros. Todavía recuerdo sus gritos de dolor mientras los devoraban, unos gritos que sembraban el miedo en las tribus, generados por el ataque de unas águilas blancas. Las águilas eran del tamaño de un águila real, pero con pedazos de hielo afilados sustituyendo las plumas. Arrancaban la carne de un picotazo, dejándote la herida y ese miembro congelado.
Habíamos ido a recoger agua al río helado, se llamaba así porque el agua que por él baja está siempre realmente fría. Sin embargo, era el agua más limpia de la zona. En los lagos y ríos de la selva había caimanes, entre otros animales. Eran una amenaza para todo aquel que se acercara y estos animales conseguían que el agua siempre estuviese sucia. El río helado hacía de separación entre la tribu yurí de la selva y los landax, que vivían en la zona helada.
Me tomé unos instantes para recuperar el aliento. Me entristecí al recordar los gritos de esa pobre gente, mi gente, siendo devorada a picotazos helados mientras sus vidas se apagaban como una hoguera descuidada.
—¿Dónde está Awki? —pregunté a los que lograron escapar de las águilas cuando ya estuvimos a salvo en nuestro territorio, la selva.
—La última vez que le vi estaba detrás de mí, junto al río — contestó Edahi con cara de pánico, se tocó la frente con la mano, intentando librarse de aquella sensación de angustia que habían causado las águilas.
—Volved al poblado; allí estaréis seguros. Volveré a buscarle.
—Te acompañaré —se ofreció mi sobrino Amaru, un valeroso muchacho; sin embargo, era un necio.
—Ya hemos perdido suficiente gente en este ataque; iré solo. No deseo ver morir a nadie más. —Levanté la mano para evitar objeciones mientras mi preocupación iba en aumento—. Marchaos al poblado.
Awki era mi único hijo, mi sucesor como líder de la tribu yurí. Mi hijo había heredado mi físico: era alto, delgado y con los ojos marrones; tenía un largo cabello de color negro, igual que yo en mi juventud. Sin embargo, yo hacía un tiempo que había perdido totalmente el cabello.
Solo los que van a ser líderes, como Awki, son educados como tal. Debía encontrarle a cualquier precio, aunque ese precio fuese mi vida.
Cuando los demás se hubieron marchado, volví sobre mis pasos con mucha cautela hacia el río helado. Mientras caminaba agazapado entre la vegetación, veía restos de sangre en el suelo humedeciendo la tierra. Ver aquello todavía me hacía agazaparme más. Las águilas ventisca no dejaban cadáveres: devoraban a los seres humanos en su totalidad, incluidos los huesos.
Estaba llegando al río helado y en aquella zona no había vegetación para esconderse. Esperé escondido en silencio a que las águilas se marchasen. Cuando se marcharon, avancé hasta el río sigilosamente, caminaba lo más agachado que podía. Si las águilas volvían, no tendría escapatoria.
No podía permitirme morir; todavía era joven y tenía una tribu que liderar. Sin mí, todos ellos estaban perdidos.
Me paré en la orilla del río a escrutar la zona, pero no vi a nadie. Una angustia recorría mi estómago al pensar que no volvería a ver a Awki y me puse la mano en el rostro mientras pensaba qué hacer.
Al otro lado del río vi nieve moverse. Era improbable que fuese Awki. Seguramente, sería alguna marmota escondida entre la nieve, pero tenía que asegurarme, verlo con mis propios ojos. Cualquier posibilidad de que Awki continuara con vida, por pequeña que fuese, no podía ignorarla.
Crucé el río por la parte menos profunda, apenas me llegaba el agua helada a las rodillas. Cuando me introduje en el agua sentí dolor en mis pies y piernas, enrojecidas por el frío, mientras tenía dificultades para respirar.
Ya al otro lado, corrí en silencio hacia donde estaba el movimiento, aparté la nieve, y era él, Awki. Estaba inconsciente, su pulso era muy débil y su rostro había perdido el color. Tenía manchas de sangre en sus ropas desgarradas; las águilas debían de haberle picoteado. Estaba cercano a la muerte. Lo cargué a mi espalda y volví sobre mis pasos todo lo rápido y en silencio que pude. No podía perder tiempo; necesitaba que mi hijo sobreviviera.
Me dirigí al gran poblado, era donde más gente de la tribu vivía, también mi familia y yo. Necesitaba llevar a Awki junto al sanador lo antes posible si quería que sobreviviera. Atravesé los campos de cultivo de pitahaya, también conocida como fruta del dragón. Ya estaba cerca del poblado, solo faltaba una pequeña colina.
Cuando llegué corriendo, todo el mundo me esperaba. Los demás debieron de informar de lo que había pasado y de que había ido a buscar a Awki. Noté las miradas de todos los presentes mientras los escuchaba susurrar. Ignorándolos, entré en la choza del sanador, en la entrada del poblado, y dejé a Awki sobre el lecho de pieles a toda prisa.
—¡Ayúdale! ¡Tiene una hipotermia y las águilas le han picoteado! —exclamé casi sin fuerzas; después de cargar con mi hijo durante todo el camino, apenas me quedaba aliento para hablar.
—¡Acércame esas pieles! —me ordenó el sanador mientras le rajaba la ropa con un cuchillo de piedra afilada.
Cuando le entregué las pieles tapó a Awki con ellas y examinó sus múltiples heridas con el ceño fruncido.
—Frótale por todo el cuerpo para que entre en calor —dijo el sanador.
Poco a poco el rostro de Awki fue recuperando su color.
—¿Está grave? ¿Sobrevivirá? —pregunté asustado.
—Todavía es pronto. Cuando entre en calor examinaré cuidadosamente sus heridas. Si sus heridas no son mortales, sobrevivirá. —Me sentí aliviado de oír aquellas palabras—. Necesita descansar. Te avisaré si te necesito, Canake.
Cuando salí al exterior mi esposa, Awqa, la madre de Awki, me estaba esperando con la tristeza cubriendo su rostro. Awqa no era una mujer muy alta, sin embargo, era muy hermosa; era delgada, con los ojos verdes penetrantes y un pelo negro larguísimo que le llegaba casi hasta el final de la espalda. Vestía un taparrabos marrón típico en la tribu yurí y una tela del mismo color le tapaba sus pequeños pechos.
—¿Sobrevivirá? —preguntó Awqa, su rostro reflejaba una gran preocupación.
—Probablemente —contesté, me acerqué a ella para intentar consolarla con un abrazo.
—¡Gracias a los dioses! —dijo mientras todavía continuábamos abrazados.
Nos separamos para continuar con la conversación.
—Los hombres que volvieron al poblado nos contaron que os atacaron las águilas —dijo Awqa—. Muchos de los que fueron a buscar agua no han vuelto. ¿No encontraste a nadie más con vida?
—No, querida; solo pequeñas manchas de sangre en la tierra húmeda. —Me sentía afortunado por haber encontrado a mi hijo, pero muchos habían muerto, y eso me entristecía—. Tenemos que buscar una solución.
Me mantuve pensativo durante un instante intentando hallar la solución.
—¿Qué tienes pensado hacer? —preguntó Awqa inquieta.
Tengo que reunir a los otros dos líderes, solo el chamán puede acabar con esto.
—Sabes que los métodos del chamán son peligrosos y que está prohibido subir las montañas que llevan hasta su casa. ¡No puedes hacer eso! ¡Es brujería! —me reprochó Awqa—. Además, solo son historias, ni siquiera sabemos si existe realmente.
—No hay otro modo. Mucho más peligrosas son las águilas ventisca o los zorros infernales. Debo irme, voy a encender una hoguera para avisar a los demás líderes y juntos iremos a ver al chamán. Estaré de vuelta antes de que te des cuenta. —Suspiré, besé a mi esposa en los labios a modo de despedida, lo pensé un momento y me marché.
Salí del poblado por el norte y caminé hasta llegar al inicio de una colina llena de palmeras. Me paré unos instantes a recuperar el aliento. Subí la colina esquivando sus numerosas palmeras hasta llegar a la cima. En el lado opuesto, había un acantilado con cipreses. Allí, junto a aquel acantilado, era donde encendíamos la que era conocida como la hoguera de la llamada. Cualquier líder que quisiera reunión con los demás solo tenía que encender allí la hoguera para que los demás vieran el humo, y, según nuestras tradiciones, estábamos obligados a acudir a la llamada. Solo se podía utilizar la hoguera si la reunión era de suma importancia o beneficiosa para todos.
Recogí algunas ramas de ciprés y hierbas secas que me servirían de yesca y las apilé. Froté y golpeé la pirita contra el cuarzo hasta conseguir las valiosas chispas. Las chispas golpearon contra la yesca, haciendo danzar llamas de fuego. No se me daba nada bien encender fuego y me sentí aliviado al ver que lo había conseguido con facilidad. Coloqué más hierbas y ramas secas, haciendo una hoguera lo suficientemente grande como para poder ver el humo desde mucha distancia.
Ya estaba bien entrada la tarde y en aquella época del año hacía frío, no tanto como en la zona helada, pero el suficiente como para sentirme incitado a sentarme en una piedra cerca del acogedor fuego a esperar mientras pensaba en la mejor manera de proponerles aquello.
Tras cuatro días el primero en llegar fue Wamán, líder de los landax, la tribu que habitaba la zona helada. Los landax usaban pieles de animales para abrigarse; si no, morían de frío. Además, en la zona helada no abundaba la comida.
Wamán venía envuelto en piel de oso polar. Era alto y muy delgado, y, al igual que yo, no tenía pelo. Era el líder con mayor edad de los tres.
—¿Qué ocurre? —preguntó Wamán mientras hacía una reverencia con la cabeza a modo de saludo. Le devolví la reverencia.
—Esperemos a Tanok; prefiero que estéis los dos para empezar con la charla.
El rostro de Wamán reflejaba una gran inquietud. Tomó asiento a mi lado.
Hacía mucho tiempo que no utilizábamos la hoguera, pero la propuesta merecía la pena; no podíamos perder a más personas por los ataques de esas abominables bestias.
—¿Cómo va todo por la nieve? —pregunté mientras esperábamos a Tanok.
—Vamos progresando nuestras formas de combatir el frío; nuestros iglús cada vez son más confortables y el modo de tratar las pieles nos da mejores resultados que antaño —dijo satisfecho y me mostró orgulloso la piel de oso polar que llevaba sobre los hombros.
—¿Y las águilas? —dije y el rostro de Wamán se ensombreció.
—Eso sigue siendo un problema; muchos de la tribu mueren por los ataques de las águilas ventisca. —Suspiró—. No hay forma de combatirlos: solo huir o esconderse.
—Había oído historias sobre cómo las vencíais. —Pretendía recordarle que las bestias también eran problema suyo. Por la expresión de su rostro, lo había conseguido.
—Únicamente he visto morir a un águila y fue una batalla muy dura. Su plumaje de hielo es casi impenetrable, solo son débiles por la parte delantera.
—Buenas tardes. —Tanok acababa de llegar a la cálida hoguera.
Tomó asiento junto a nosotros.
Tanok vestía únicamente un taparrabos, ya que el clima del desierto no requería nada más. Era más bajo que nosotros y algo entrado en carnes; más joven que Wamán, pero más viejo que yo. Sin embargo, era el único de los tres que conservaba el cabello, aunque era de color blanco por la edad. Era el líder de la tribu tuki, que habitaba en el desierto rocoso. Todas nuestras tribus vivían en el continente Draelon, que estaba separado en tres partes. Por donde sale el sol está el desierto rocoso, donde vivía la tribu tuki, y el mayor depredador era el zorro infernal. Los landax vivían en la zona helada en la dirección que se pone el sol al atardecer, en gran peligro siempre por las águilas ventisca. Mi tribu, los yuríes, vivía en el centro, en una selva húmeda con ríos, lagos y una vegetación muy abundante y frondosa. Como estábamos en el centro, sufríamos ataques de los zorros infernales y las águilas ventisca; sin embargo, no eran tan frecuentes como en su hábitat natural.
—Buenas tardes —contestamos ambos haciendo una reverencia con la cabeza.
—¿Qué es lo que nos ha reunido hoy aquí? —preguntó Tanok—. Siento una gran inquietud; hacía muchos años que no nos reuníamos en la hoguera.
—Veréis, estaréis de acuerdo conmigo en que no podemos seguir sufriendo ataques de las bestias, ya que nuestra gente muere a diario a causa de esos ataques.
—Estoy totalmente de acuerdo —me interrumpió Tanok—. Pero la piel de los zorros infernales es dura como una roca; no se puede luchar contra ellos.
—En eso tienes razón.
Suspiré pensativo.
Había oído la historia de un chamán más allá de las montañas que era capaz de todo con brujería, pero no sabía si era cierto. Nadie jamás había subido a aquella montaña, ya que estaba prohibido y los dioses castigaban a quienes lo intentaban. Sin embargo, era mejor ser castigados por los dioses que seguir siendo castigados por las bestias.
—Veréis, no os he reunido aquí para iniciar una guerra contra las bestias; no tenemos ninguna posibilidad de vencer y todos moriríamos, de eso no cabe la menor duda. ¿Veis aquellas montañas al norte? Pues hay una habladuría sobre un chamán que vive más allá de las montañas, capaz de todo con brujería. —Miré a ambos intentando adivinar sus pensamientos.
—Nunca nadie se ha aventurado a subir esas montañas por temor al castigo; no sabemos qué podemos encontrarnos —dijo Wamán preocupado mientras las observaba.
—Esta mañana las águilas casi matan a mi único hijo, Awki. Voy a ir a ver a ese chamán para que detenga esta locura. Lo haré solo si es necesario, pero este problema nos atañe a los tres. No podéis mirar para otro lado; vuestra gente está sufriendo igual que la mía por los ataques de esas bestias. —Me puse en pie para demostrarles que estaba decidido a hacer cualquier cosa.
—Un gran temor recorre mi cuerpo, pero debemos detenerlos. Te acompañaré —dijo Tanok convencido y se puso en pie junto a mí.
—¿Wamán? —pregunté mirándole.
—Si haciendo esto protegeré a mi tribu, contad conmigo. Nos veremos aquí al alba para subir esa maldita montaña.
—Así sea.
Con la reunión finalizada, volví sobre mis pasos, bajando esa gran colina evitando chocar con todo tipo de árboles.
Cuando llegué a la aldea, mi esposa, Awqa, me estaba esperando alejada de los demás, con la preocupación reflejada en su rostro.
Ya había anochecido. En el centro de la aldea habían encendido una hoguera, donde muchos de mis hermanos de tribu bailaban a su alrededor algunas de nuestras muchas danzas rituales. Encontré a Awqa apoyada en la pared de nuestra cabaña, muy nerviosa y preocupada. Ignoré a los participantes en la danza y me fui directo hacia ella. Sonreí mientras me acercaba para apaciguar su inquietud.
—¿Cómo ha ido la reunión con los demás líderes? —preguntó agarrándome ambas manos.
—Han accedido a acompañarme. Igual que yo, ellos también quieren lo mejor para sus tribus. Y lo mejor para nuestras tribus, sin duda, es finalizar a cualquier precio los ataques de las bestias.
—Estoy muy preocupada por ti y los demás. ¿Y si ese chamán no existe y son solo historias? O peor, os engaña. ¿Qué haríamos sin ti? Awki sigue siendo un niño.
Al oír las palabras de mi esposa suspiré, no tenía ganas de tener esa conversación en ese momento. Mi decisión estaba tomada. —Tranquila, todo irá bien. Tenemos que hacerlo cueste lo que cueste; no podemos permitirnos perder más gente. Has de entenderlo, Awqa.
—Lo entiendo, pero no puedo pensar en que algo malo puede sucederte.
Sus manos todavía seguían junto a las mías. Tiré de ella hasta que nuestros cuerpos chocaron, dejando sus labios al alcance de los míos. Besé sus labios carnosos, en parte para hacerla callar, en parte porque la amaba.
—Unámonos a los demás alrededor de la hoguera —le propuse alegremente—; nos vendrá bien despejar la mente. ¡Y me muero de hambre!
Estuvimos junto a la hoguera hasta bien entrada la noche, danzando a su alrededor por los días venideros.
Volvimos a nuestra cabaña, donde teníamos nuestras armas y nuestro lecho fabricado con pieles de animal. Había sido un día agotador. Nos tumbamos y cerré los ojos pensando en lo que me depararía el siguiente día. Awqa me abrazó hasta que ambos nos quedamos dormidos.
Aquella noche soñé con un mundo en el que vivíamos en paz y la gente no moría a diario. Era un lugar maravilloso.
Al amanecer, mientras ella aún dormía, cogí la lanza, el arco y salí de la cabaña en absoluto silencio. Me hubiese gustado despedirme de ella y Awki por si algo malo me pasaba. Pero no podía permitirme volver a oír sus preocupaciones; necesitaba tener la mente despejada.
Volví a subir la colina ayudándome de la lanza a modo de bastón hasta llegar a la hoguera. Era el último en llegar; Tanok y Wamán ya estaban allí charlando durante la espera. Los saludé agachando la cabeza mientras recuperaba el aliento.
—¿Sabes al menos dónde está la cabaña de ese chamán? — preguntó Tanok, que no estaba de muy buen humor.
—No exactamente. Subamos al pico de la montaña. Desde allí echaremos un vistazo a ver si logramos ver la cabaña. —Ni siquiera yo estaba seguro de lo que íbamos a hacer, pero debíamos intentarlo—. ¡En marcha! Estad alerta, no sabemos qué nos podemos encontrar en esas montañas.
Bajamos la colina para rodearla e ir a parar al lago más grande de toda la selva, conocido como el lago Caimán por su gran población de caimanes. Era un lugar muy húmedo y peligroso, lleno de vegetación dentro de su agua verdosa.
Tardamos un buen rato en rodear el lago, para finalmente llegar a la falda de la montaña. Nos sentamos a comer algo y beber agua. Había traído pitahayas de mis cosechas.
—Todavía no hemos empezado a subir la montaña y ya estoy agotado —dijo Wamán tumbándose en el suelo.
—Llevamos unos días duros, pero el esfuerzo merecerá la pena. Imaginad un mundo sin esas bestias. Sería un sueño hecho realidad —dije entre mordisco y mordisco de pitahaya.
—Eso espero. —Suspiró Tanok.
—Deberíamos partir sin demora, descansad unos instantes y subamos la montaña. El tiempo apremia.
Mientras esperaba a los demás, contemplé la montaña. La vegetación era diferente a la de la selva: esta era mucho más seca; los árboles, en su mayoría, eran pinos y robles, y el camino hacia arriba, lleno de arbustos, era muy pedregoso.
—Estoy listo —dijo Wamán.
—Pues no perdamos más tiempo. ¡Vamos!
Comenzamos a subir con mucha dificultad, tropezando con las piedras del camino. Llegamos a un pequeño claro con la tierra húmeda y lleno de hierbas. En el suelo de ese claro había huellas de lobo: debíamos salir de ahí antes del anochecer o nos convertiríamos en su cena. Durante el ascenso sentí el frío de estar a más altitud. Era reconfortante sentir el viento en la cara durante un camino tan peligroso y agotador.
Ya casi alcanzábamos la cima cuando una gran inquietud comenzó a apoderarse de mí. ¿Y si tenían razón y no existía ese chamán? En ese caso perdería la credibilidad para el resto de mis días.
Llegamos a la cima algo magullados por las múltiples caídas causadas por los traspiés durante el ascenso. Esta estaba repleta de pinos de gran tamaño. Desde aquí se podían ver todos nuestros territorios: el desierto rocoso, la selva yurí y la zona helada.
Nos dirigimos hacia el otro extremo de la cima. Nunca nadie había subido hasta aquí arriba. Éramos los primeros en observar aquel claro lleno de hierbas marrones con una pequeña colina y una cabaña justo en la parte superior.
Sentí un gran entusiasmo al comprobar que no estaba equivocado. Al menos la cabaña existía realmente y era muy posible que el chamán también fuese real. Por la cara que tenían mis compañeros, se notaba que estaban tan entusiasmados como yo. Al fin tendríamos una posibilidad de vivir en paz, algo que siempre habíamos anhelado.
—Parece que tenías razón, Canake. Perdóname por dudar de tus palabras —dijo Wamán mirándome a los ojos.
—No tengo nada que perdonar, hermano; yo mismo dudaba de mis palabras hasta que he visto la cabaña con mis propios ojos. Debemos continuar; la tenemos al alcance de la vista, pero todavía está muy lejos y nos va a costar mucho bajar la montaña.
—Un mal paso y rodaremos montaña abajo —dijo Tanok frunciendo el ceño.
—Sí, tengamos cuidado —contesté.
El camino hacia abajo era tan pedregoso como el de subida, pero en bajada era más peligroso. Mientras bajamos, todos tropezamos con alguna piedra rodando y arañándonos nuevamente todo el cuerpo. Sin embargo, conseguimos llegar al claro sin incidentes más graves y en perfecto estado.
Subimos la colina y nos situamos frente a la entrada de la cabaña. Asomé la cabeza, pero no pude ver a nadie. Aquella cabaña era enorme, llena de todo tipo de plantas y diferentes brebajes.
Sin duda parecía la cabaña de un chamán.
—¡Saludos! ¿Vive alguien aquí? —grité intentando llamar la atención del chamán.
Pude oír ruidos, no obstante, nadie contestó. Miré a mis compañeros, esperando algún acto por su parte, sin éxito. Se limitaron a mirarme extrañados.
—¿Hay alguien aquí? —volví a intentarlo gritando más fuerte que la vez anterior.
Llegados a este punto es cuando la historia empieza a cambiar.
Espero que disfrutéis de esta historia alternativa tanto como yo escribiéndola.
¡Muchas gracias por vuestro apoyo!
1ª Historia alternativa:
¿Que seria de ellos si el chamán no hubiese eliminado a las bestias?
Nada, nadie contestaba. Asomé la cabeza al interior de la cabaña. Olía a hierbas y brebajes, pero, sobre todo, a pieles quemadas. Observé alrededor y vi que, tras una mesa, una pequeña columna de humo subía torpemente hasta impactar con el techo de paja. Los nervios me oprimieron la garganta privándome del aire. Me volví hacia mis compañeros y, por sus rostros congelados y ensombrecidos, supe que estaban tan desconcertados y asustados como yo.
—¿Qué hacemos? ¿Entramos? —preguntó Wamán, inclinado levemente su cabeza para mirar al interior—. No hemos venido aquí para quedarnos en el umbral, ¿no?
—¡Podría ser peligroso! —exclamó Tanok presa del pánico—. Desde el principio supe que esto no sería una buena idea. Nada bueno puede aportarnos ese chamán y nada bueno podía aportarnos venir hasta su cabaña. Ni siquiera parece existir.
Le eché a Tanok una mirada dura y empujé la puerta para abrirla en su totalidad. Asustado pero decidido, di un paso al frente y me adentré en la cabaña.
—¡Hola! —insistí—. Buscamos al chamán que vive en esta cabaña. Necesitamos su ayuda.
Di un paso más hacia delante, hacia el humo que salía detrás de la mesa que llenaba la atmosfera de un hedor desagradable para respirar. Me parecía ver los pies de alguien tendido en el suelo. La garganta comenzó a picarme y tosí bruscamente. Cuando alivié mi garganta alcé la cabeza para continuar avanzando, pero admito que preferiría no haberlo hecho.
Un pequeño hocico en llamas asomaba detrás de la mesa del fondo. Mi corazón repicó con fuerza en mi pecho y mis miembros inferiores comenzaron a temblar. Por el movimiento de sus fosas nasales supe que el hocico estaba oliendo. El zorro infernal había olido mi presencia.
Con pasos lentos y cauteloso comencé a retroceder con la mirada clavada en el hocico.
—¿Has encontrado algo? —gritó la voz de Tanok desde la puerta.
Le hice un ademán para que se callara.
—¿Qué dice? —gritó Wamán un poco más alejado.
Lo que vi a continuación hizo que las frutas del dragón que había comido se revolvieran en mi estómago y clamaran manar por mi boca. De un brinco un águila ventisca se subió sobre la mesa y su mirada fría e intimidadora estaba clavada en su próxima presa. Estaba clavada en mí.
Vacilé un instante, pero mi instinto de supervivencia me obligo a darme la vuelta y comenzar a correr hacia el exterior. Cerré la puerta y tiré con fuerza hacia fuera con la esperanza de poder retenerlos de ese modo.
—¡Buscad algo para atrancar la puerta!
—¿Qué ocurre? —preguntó Wamán confuso.
—¡Rápido! ¡Hay al menos un zorro y un águila ahí adentro! ¡Rápido!
El rostro de ambos se ensombreció como si les hubiese dicho que el sol estaba cayendo sobre nosotros. Sin demora se pusieron a buscar algo con que atrancar la puerta, sin embargo, no fue necesario atrancar nada.
Como uno de nuestros antiguos dioses que se alzan a los cielos, el águila ventisca atravesó el techo de la cabaña con un ruido sordo lanzando pedazos de paja en todas direcciones.
Mientras le escrutaba noté calor en las manos y vi que parte de la cabaña había comenzado a arder.
—¡Corred! —gritó Wamán.
Agarré mi lanza y forcé mis piernas a moverse más rápido de lo que las tenía acostumbradas. Corríamos desesperados y arrepentidos hacia nuestro hogar, sin embargo, todos sentíamos en nuestro pecho que la muerte era más rápida y que, tarde o temprano, nos cortaría el paso.
—¡No lograremos perderlos en las montañas! —exclamé jadeando—. ¡Nos darán alcance!
—El bosque —dijo Tanok señalando al este y girando bruscamente hacia allí—. Allí podremos perderles.
Wamán y yo imitamos a Tanok dando un giro brusco hacia el bosque. Corrimos todo lo que nos fue posible a pesar de estar sin aliento y con los músculos resentidos del viaje hasta aquí. Antes de que sintiera el olor a resina del bosque, el águila ventisca cargó contra nosotros cayendo en picado desde el cielo. Atacó a Tanok. Este dio un salto para esquivarlo, sin embargo, el pico del águila le acarició el hombro y Tanok gritó de dolor.
Entretanto, el zorro ya estaba frente a nosotros. El águila graznaba desde cielo, esperando el momento propicio para volver a cargar contra su próxima comida, nosotros.
Coloqué mi lanza con firmeza en la dirección del zorro. La bestia estaba inmóvil. Nos observaba con la superioridad que observaría alguien a una langosta antes de pisarla.
—El zorro es más pequeño de lo habitual —dijo Tanok, el líder más acostumbrado a lidiar con ellos—. Tal vez sea un cachorro.
—Recemos porque así sea. Es la única opción para que salgamos de aquí con vida.
El zorro infernal comenzó a correr hacia nosotros. Agarré un pedrusco del tamaño de un puño y se lo lancé. Con un movimiento hábil esquivó la piedra y continuó corriendo hacia Wamán. Cogí otra piedra del mismo tamaño y, cuando se disponía a saltar para comerse a mi compañero le lancé la piedra. Por suerte acerté de nuevo en mi objetivo. El zorro chilló y conseguí desviar su trayectoria salvando a Wamán. Tanok, golpeó al zorro con la punta de su lanza en un ojo. La bestia gritó de nuevo, esta vez con más ímpetu mientras se retorcía de dolor con el ojo cerrado.
El zorro volvió a ponerse en pie. Furioso, ardió con más intensidad que antes y cargó contra Tanok.
Clavé la lanza con fuerza en el costado de la bestia. No conseguí atravesarle, pero logré hacerle una pequeña herida por la que brotaba sangre hirviendo.
El zorro se resintió y retrocedió un poco. En ese momento el águila graznó de nuevo y cargó contra nosotros.
—¡Es débil en el pecho! —exclamó Wamán.
El águila se acercaba, eligiendo un objetivo. El zorro nos miraba, esperando el momento ideal para atacarnos. Apreté la lanza con más fuerza y procuré observar los movimientos de ambas bestias. El águila ventisca continuaba cayendo en picado. Dirigí la punta de mi lanza hacia él, pero a medida que bajaba advertí que no era hacia mí a quien se dirigía. El águila, atraído por la sangre que brotaba de la reciente herida del zorro, picoteó a este, disminuyendo la intensidad de sus llamas. El zorro se revolvió e intentó morder al águila en una de sus alas. No lo consiguió: el águila voló a escasa distancia por encima del zorro y volvió a acometer contra él picoteándole el otro ojo y haciendo estragos en la herida causada por la lanza. Esta vez, sus llamas se apagaron completamente. El zorro convulsionaba con violencia en la tierra cercana al bosque mientras poco a poco sus gritos desesperados se iban apagando.
No podía desaprovechar la oportunidad. El águila contemplaba impasible como el zorro moría. Corrí hacia él y le golpeé con la punta de la lanza en una de sus alas. Este ni se inmutó, sin embargo, se enfureció. Acompañado de uno de sus aterradores graznidos, abrió sus grandes alas azules frente a mí. Su mirada escupía ira y superioridad.
—¡Solo es débil en el pecho! —insistió Wamán—. Es inútil atacarle en otro lugar.
Alcé mi lanza y el águila arremetió contra mí. Intenté alcanzarle el pecho, no obstante, no me fue posible. Le golpeé en el pico desviando un poco su trayectoria, pero la inagotable bestia volvió a alzar el vuelo y cayó en picado.
Apunté de nuevo a su pecho, pero cambió la trayectoria del vuelo evitando mi golpe y dejándome desprotegido. Me embistió haciéndome caer al suelo, pero por fortuna logré agarrarle la cabeza. La bestia se retorcía con una fuerza muy superior a la de un águila real y, por supuesto, muy superior a la mía. Sentí como mis manos se congelaban y que, poco a poco, dejaba de sentir los dedos. Wamán le dio una patada en el plumaje para quitármelo de encima. El águila, cada vez más furioso, logró picotearme un brazo logrando que mis dedos entumecidos le soltaran. La lanza de Tanok se interpuso en la trayectoria del águila, haciéndole caer un instante al suelo.
Wamán pisó al águila y, cuando este se volvió para picotearle, le clavó la lanza en el pecho. Este se hirió, sin embargo, parecía que no había tenido la suficiente fuerza.
A pesar del hormigueo que sentía en las manos por el frío, coloqué una de ellas en el suelo para ponerme en pie. Mientras Wamán forcejeaba con la criatura, que intentaba librarse de su lanza desesperadamente, clavé mi lanza con toda la fuerza que me quedaba en el pecho del águila. Este grazno de nuevo y, poco a poco, la intensidad de su forcejeo menguó.
Suspiré aliviado y me volví hacia el cadáver del zorro. No quedaba nada. El zorro se había convertido en ceniza y el cadáver del águila, se estaba deshaciendo a nuestros pies. Tanok caminó hacia nosotros con el semblante preocupado, masajeándose el hombro.
—¿Volveré a poder mover el hombro? —preguntó Tanok a Wamán.
Wamán asintió.
—Apenas es un rasguño, en breve estarás bien.
—Nuestro plan se ha desvanecido —dije desanimado, dándole una patada a una pequeña piedra.
—¿Nuestro plan? —dijo Tanok con un tono de voz brusco—. ¡Este siempre ha sido tu plan! —gritó furioso.
—Cálmate, Tanok —le dijo Wamán—. Canake solo intentaba buscar una solución a un problema que nos atañe a todos.
—¡Casi consigue que sus historias de chamanes nos cuesten la vida!
—Entiendo tu molestia —dije con tono de voz calmado para no alterar más a Tanok—, pero el chamán existe. En la cabaña había un cadáver en el suelo. Las bestias se nos han adelantado. No podemos rendirnos ahora, debemos hacer algo. Algo que no sea culparme a mí por buscar soluciones, Tanok. Las bestias cada vez son más numerosas y se reproducen más y más. Como tu bien has dicho, el zorro era solo un cachorro, y probablemente, el águila también fuese solo una cría. De no haber sido así estaríamos los tres muertos, lo sabes muy bien. Nunca van solos, estos debieron extraviarse.
—¿Dónde quieres llegar? —preguntó Wamán.
—A que me marcho —dije con solemnidad—. Para marcharme no os necesito, pero os aconsejo que lo hagáis. Mi gente estará mejor lejos de aquí sin una amenaza constante oprimiendo nuestras libertades.
—No me complace la idea de dejar mi hogar.
—A mí tampoco, sin embargo, la idea de quedarme aquí me complace aun menos. Mi hogar está donde este mi gente y, está claro, que aquí mi gente morirá. No puedo consentirlo —dije con convicción—. Regresaré a mi poblado y reuniré a todos los yuries para marcharnos lo antes posible. Iré hacia el norte, allí hay un desfiladero entre las montañas. Si queréis acompañarme iremos todos juntos, así será más seguro, pero yo no me quedaré aquí a ver como mi gente muere.
—Mi tribu irá junto a la tuya —dijo Wamán—. ¿Tanok?
—Yo no iré a ningún lado. Mi esposa está en cinta y esta es la tierra que dejaron para mí y mis hijos los ancestros. No me marcharé, me niego.
—Respeto vuestras decisiones —dije, solemne—. Yo prefiero salvar la vida de mi gente y entregar la tierra. Vámonos de aquí antes de que vengan más. Wamán, te esperaré más allá del desfiladera.
Wamán asintió con el semblante pensativo.
Regresamos sobre nuestros pasos montaña arriba y, posteriormente, nos despedimos caminando en solitario cada uno hacia nuestros respectivos hogares. Antes de adentrarme en la selva yurí vi una columna de humo salir de su interior que logró que la desesperación se cerniera de nuevo sobre mí.
Corrí hacia el humo con temor a que algo horrible hubiese pasado. Así era. Las llamas calentaban mi piel e iluminaban un pequeño poblado consumiéndose por el ataque de cinco zorros infernales. Me escondí en las afueras y escruté el poblado en busca de supervivientes. Nada que no fuesen llamas se movía en aquel lugar. Sigilosamente me marché hacia el poblado donde yo vivía.
Durante el camino fui pensando en como les contaría que debíamos marcharnos de allí si queríamos sobrevivir. Yo tenia la certeza de que no había esperanza para nosotros si nos quedamos allí, pero temía encontrar gente como Tanok que se aferrara a nuestra tierra por encima de todo.
Cuando puse un pie en mi destino ya estaba bien entrada la noche y, mi gente danzaba alrededor de una hoguera por los días venideros. Era el momento, si no todos, gran parte de ellos estaban allí.
Me puse de espaldas a la hoguera y grité.
—Acercaos, por favor. Tengo algo importante que contaros.
Los gritos y los canticos se fueron apagando. Awqa fue la primera en correr a mis brazos y estrujarme con fuerza. Tragué saliva y la apreté entre mis brazos. Supe con más certeza que no podía permitirme perder todo aquello.
—¿Cómo ha ido con el chamán? ¿Está todo bien, Canake? —me preguntó Awqa mientras los demás se acercaban temerosamente hacia mí.
Cerré los ojos y contesté:
—Está muerto. —Los abrí. El rostro de Awqa denotaba preocupación, pero aun así era hermosa para mi mirada—. Como líder de los yurí he tomado una decisión difícil, querida.
—Me estás asustando, Canake.
—Mentiría si dijera que no hay nada que temer. El peligro que corremos es real y crece día a día. Ve junto a los demás, os explicaré lo que vamos a hacer.
Awqa retrocedió varios pasos sin dejar de mirarme asustada. Toda la gente del poblado donde yo vivía estaba frente a mí. Observé sus rostros, estaban asustados y desconcertados. Tenían la esperanza de que yo regresara con buenas nuevas y, en cambio, regreso para decirles que deben dejar atrás todo cuanto conocen. Tomé aire y comencé:
—Como sabréis he intentado algo prohibido por bien común. He subido hasta las montañas y me he adentrado al otro lado para ver al chamán. Lo más importante de todo esto es que estoy aquí para contarlo. Las montañas no están malditas ni ningún dios me ha castigado por hacer caso omiso a la prohibición de subir la montaña. No tengáis miedo al oír mis palabras, pues lo que esta noche os pido es que subáis esas montañas conmigo para buscar un nuevo hogar lejos de aquí. —Hice una breve pausa, se estaban asustando cada vez más—. Desgraciadamente el chamán está muerto. Las bestias que nos dan caza a nosotros le han dado caza a él. Yo lo he visto con mis propios ojos y estoy vivo de milagro, pues dos bestias lo estaban devorando a él e intentaron devorarme a mí, como antes han devorado a muchos otros. Pero no todo esto es malo —dije haciendo ademanes con ambas manos para acallar los murmullos—. Al otro lado de nuestras montañas hay otras y, en estas, hay un desfiladero. ¡Por ahí caminaremos hasta encontrar un sitio donde empezar de cero! Sé que lo que os pido es difícil de asumir. Y a mí tampoco me agrada la idea de dejar la tierra que con tanto esmero hemos trabajado para poder vivir en ella, pero me importan más nuestras vidas. ¡Lo volveremos a hacer! ¡Crearemos un lugar donde vivir sin ninguna amenaza sobre nosotros!
—¡Canake! —gritó Amaru desde el fundo—. Explícanos que es lo que tanto te preocupa. Las bestias solo matan a unas pocas personas. Si nos vamos corremos el riesgo de morir todos.
—Las bestias se reproducen. Yo mismo he visto a sus crias. También he visto que han arrasado un poblado cercano, no había supervivientes. Ningún depredador es capaz de hacerles frente, están en lo alto de la cadena alimenticia. No me negarás que los ataques se vuelven cada vez más numerosos, ¿no? Aparecieron cuando yo era solo un niño y apenas se comían a una persona cada ciclo lunar. Ahora sufrimos ataques prácticamente a diario. No pretendo obligaros a venir. —Suspiré—, que clase de líder haría eso. Sin embargo, me complacería mucho que fuésemos todos juntos como una gran tribu unida. Avisaremos a los demás pequeños poblados de nuestra marcha y recoged lo indispensable para el viaje. Partiremos pasado mañana. Los que deseéis acompañarme os espero junto al lago Caimán. Solo os pido que lo penséis bien. Juntos seremos capaces de lograrlo.
La muchedumbre se dispersó y solo quedó Awqa y algunos pocos.
—Debemos ir a avisar a los demás poblados de nuestra marcha. Ellos también son yuries.
—Yo me encargo —dijo un hombre del que desconocía el nombre.
—Te lo agradezco —contesté sinceramente—. Disculpadme, necesito descansar.
Caminé hacia mi cabaña, seguido en silencio por Awqa, una vez en el interior esta me abrazó de nuevo y me dio un beso juntando sus labios carnosos y húmedos junto a los míos. Ese beso me aportó algo de sosiego.
—¿Cómo esta nuestro hijo? —pregunté tras el beso—. No me he olvidado de él. —Forcé una sonrisa.
—Prácticamente recuperado, creo que será capaz de andar por si solo.
—Me reconforta oír eso. Tengo miedo, Awqa. He estado apunto de morir hoy y no quiero eso para vosotros. —Miré hacia mi lecho—. Tengo que descansar. Al amanecer recolectaremos toda la comida posible y pasado mañana nos despediremos de nuestro hogar para siempre.
—Nos irá bien si tú nos lideras —dijo Awqa acariciándome el rostro con ternura. Luego me dio un beso en la mejilla—. Descansa, tienes una gran tribu que liderar.
Me tumbé en el lecho y cerré los ojos. Quise dormirme, pero muchas cosas daban vueltas en mi cabeza y, a pesar del cansancio, me mantuvo un rato despierto, pero finalmente me dormí.
Al día siguiente recolectamos todos los víveres posibles y enseres para construir nuestro nuevo hogar. Por la noche, la última que pasaríamos en la selva, no hubo canticos, no hubo hogueras, y no hubo gritos de dicha. Solo silencio e inquietud acompañado por el sonido del viento azuzando las ramas de los árboles cada vez con más violencia.
Cuando desperté el día de la partida me sentí inseguro. No, estaba aterrado. Corríamos el riesgo que encontráramos a las bestias de camino a nuestro destino, pero era un riesgo que debíamos correr.
Desperté a Awqa y fuimos a recoger a Awki a la casa del sanador. Partimos acompañados por el sanador hacia el Lago Caimán. Me reconfortó y alivió tener al sanador a nuestro lado.
Llegamos al lago. Estaba abarrotado, me sorprendió la cantidad de gente que había, no sabría decir con certeza un numero aproximado de personas, pero eran muchas más de las que esperaba.
—Vayamos sin demora —grité antes de ponerme andar a la cabeza de un gran grupo de gente.
Awqa y mi hijo iban junto a mí. De cerca nos seguían nuestros familiares más cercanos y el sanador. Portábamos gran cantidad de víveres para sobrevivir una temporada y algunas armas para defendernos de los ataques, a pesar de que deseaba con todas mis fuerzas no tener que utilizarlas.
Al aproximarnos a la falda de la montaña, una gran columna de humo llamó mi atención en el este. No cabía duda de que el fuego estaba en el desierto rocoso, la tierra que Tanok se había negado a abandonar. Lamentablemente, no tenia ni tiempo ni medios para ayudarles. Me limité a desearle lo mejor y continuar mi camino, aunque lo más probable es que ya fuesen carne quemada.
Apreté el paso y deseché la idea que tenia de detenernos en la falda de la montaña. Admito que el humo me había asustado y no ordenaría detenernos hasta haber llegado arriba, desde donde podríamos vigilar que nada ni nadie nos pillara desprevenidos.
Que tengas mucha suerte, Tanok, pensé mientras subía por la montaña.
Muchos cayeron y se magullaron. Otros se negaban a continuar jadeando sin aliento, agotados. Y, muchos otros, aguantaban el duro ascenso con una entereza digna de admiración. Sin embargo, el conjunto de todas estas cosas nos hacia ascender realmente despacio y para cuando llegamos arriba, ya había anochecido.
Paramos a dar unos bocados a los víveres que transportábamos. No sabia si parar aquí a pasar la noche era la mejor opción, sin embargo, no tenia alternativa. Mi gente estaba exhausta y merecían un descanso, de lo contrario me abandonarían antes de llegar más allá del desfiladero.
Estaba junto a mi gente cuando Awki me hizo una pregunta.
—¿Qué crees que encontraremos más allá del desfiladero?
Suspiré.
—Sabes que no me gusta mentir —dije, solemne. Awki asintió—. Entonces no me hagas una pregunta para la que no tengo respuesta. Supongo que lo más acertado es decirte que espero encontrar un lugar que podamos convertir en nuestro hogar. —Miré a mi hijo—. Pero lo cierto es que no se que nos encontraremos. Quiero pensar que todo va a salir bien, pero cabe la posibilidad de que no sea así. En ambos casos descansad, mañana partiremos al alba hacia nuestro destino.
Tras decir mis palabras me tumbé en el suelo endurecido del pico de la montaña y cerré los ojos. Tardé un buen rato en dormirme, sin embargo, fingía hacerlo para que nadie me molestara mientras estaba sumido en mis pensamientos.
Partimos con los primeros rayos de sol acariciándonos el rostro. Descendimos la montaña y avanzamos cautelosamente. En esta ocasión les guie a través del bosque que había al oeste. Poco a poco avanzamos entre los pinos y robles hasta el desfiladero. Y en el inicio de este, nos detuvimos.
—Al igual que vosotros no se que hay más allá —dije con honestidad—, pero antes de adentrarnos hacia lo desconocido quiero daros a todos las gracias por acompañarme. Vuestra confianza en mi me enorgullece y espero poder daros el hogar que os he hecho abandonar. —Respiré profundamente. Olía a agua salada, tierra húmeda y resina—. ¡Continuamos!
Era un desfiladero bastante estrecho con grandes paredes rocosas a ambos lados que nos llevó un gran rato atravesar. Una vez al otro lado el paisaje era bastante similar al anterior, con grandes bosques de pinos y piñas vacías tiradas por el suelo. Estábamos en lo alto de una colina. Descendimos y continuamos avanzando, haciendo ocasionalmente alguna pausa para descansar y comer.
Esperamos aquí a la gente de Wamán. Tardaron tres días en llegar. Cuando nos sentimos preparados, al cuarto día, partimos de nuevo.
Poco antes del atardecer el paisaje comenzó a cambiar siendo cada vez más desértico. Llegamos a una colina sin vegetación alguna, solo tierra seca y agrietada.
—Regresaremos atrás o avanzaremos más. Esta tierra no es apta para los cultivos. Voy a subir a lo alto de esa colina para ver que hay más allá. Luego tomaremos la decisión de avanzar o retroceder.
Wamán asintió, conforme.
Caminé colina arriba, alegre por haber encontrado un sitio tranquilo donde podríamos vivir, hasta que mi rostro se ensombreció. Desde allí arriba el paisaje en adelante era bullicioso con tonos naranjas y llamas por doquier. Mi cuerpo se paralizó ante tal paisaje. Las llamas me vieron y, en la lejanía, echaron a correr hacia mí. Me quedé petrificado sin saber que hacer. Buscando huir de los zorros infernales había llegado a su origen. Un lugar lleno de llamas que se movían sobre cuatro patas. Cientos de miles de zorros corrían ahora hacia mí.
Me volví bruscamente y comencé a correr.
—¡Corred! —grité al llegar junto a mi gente y la de Wamán.
Fue inútil. A pesar de todo no grité de dolor, no merecía la pena mostrar debilidad llegados a este punto.
Al principio notas calor. Luego ese calor parece brotar de tú interior. Sin embargo, lo peor es cuando empiezan a mordisquearte, no sientes los dientes adentrarte en la carne, sientes todo tu ser arder en llamas.
Lamentablemente, había guiado a mi gente a fundirse en un mar de ceniza.