Hoy os traigo un regalo para ir haciendo hambre hasta la publicación de La leyenda de Draelon II: El emisario de hielo. Hoy os traigo su prólogo para que comencéis a disfrutar de esta gran aventura.
Sin nada más demora, ¡disfrutadlo!
Canake
Mucho tiempo atrás…
Después de la oración del chamán mi cuerpo empezó a arder. El calor que sentía en mi interior, junto con mis desgarradores gritos de dolor que resonaban en toda la cabaña, se fue acrecentando más deprisa de lo que me hubiese gustado, convirtiendo el inicio de mi nueva vida en un auténtico infierno. Mi cuerpo, antes débil y mortal, ahora iluminaba con un resplandor naranja toda la estancia de aquella gran cabaña solitaria con olor a numerosas hierbas y múltiples brebajes, generando una sensación de caos absoluto y abrasándome por dentro. Aquel caos de gritos y dolor conseguía asustarme incluso a mí, su propio creador.
No obstante, dentro de aquella estancia, junto a aquel destartalado caos, había un pequeño atisbo de paz. Aquella paz tenía nombre, se llamaba Achik, era alto y delgado y era el chamán que me había llevado a aquella situación.
Lo curioso es que había sido por voluntad propia. Yo mismo me había ofrecido para pasar por aquello a cambio de una vida mejor para mi tribu, los yuríes.
Achik vestía un taparrabos de piel de lobo, y en su cuello, tapando una parte de su torso desnudo, tenía un colgante fabricado con plumas blancas de algún pájaro enorme.
El chamán se limitaba a mirarme con una sonrisa nerviosa, dejándome ver en su arrugado rostro y en sus ojos marrones, que él tampoco sabía muy bien qué me estaba pasando, ni si sobreviviría a aquel sufrimiento tan intenso.
—¿Qué me está pasando? —pregunté, tirado en el suelo retorciéndome de dolor. Consciente de como las pequeñas piedras, de aquel suelo de tierra, se me clavaban en la piel generando un dolor exterior insignificante comparado con el que ya sentía en mi interior.
—No pensarías que ibas a ser el guardián para toda la eternidad siendo un simple e insignificante mortal, ¿verdad? —dijo Achik haciendo una mueca de tristeza ante mi dolor.
—Tampoco pensaba que fuese a doler tanto. —Golpeé el suelo con ambos puños con todas mis fuerzas repetidamente. Aquello me provocó pequeñas heridas en las manos que acrecentaron un poco más la tortura que estaba sufriendo.
—Tranquilo, Canake. Pronto acabará tu sufrimiento y podrás alzarte orgulloso como el poderoso guardián.
—¿Cómo lo sabes? —pregunté, intentando mantener la compostura.
En el rostro de Achik se dibujó una gran y sincera sonrisa.
—No lo sé, pero algo tengo que decirte para intentar consolarte, Canake —rio Achik—. Nunca nadie ha hecho lo que tú estás haciendo ahora, por eso es una gran hazaña que afrontaremos juntos. Nunca nadie ha sido el guardián de algo tan importante como esto y necesitas ser fuerte para ello. De ti depende la supervivencia de la raza humana, tú serás el único capaz de detener a los ambiciosos que quieran completar el ritual, ¿pretendías hacerlo a pedradas?
Escuchar las palabras de Achik me motivó a seguir luchando y sentí como en lo más profundo de mi ser, allí donde nunca me había adentrado, nacía una nueva fuerza ayudándome a soportar la aflicción. Sin embargo, sentía un dolor que iba desde mi cabeza calva hasta mis pies descalzos, atravesando mi delgado cuerpo completamente, sin poder hacer nada para remediarlo.
—Tienes que entender —continuó Achik mostrando ternura— que el cuerpo humano es frágil y débil. La carne se pudre y es devorada, mientras que los huesos se convierten en polvo para mezclarse con la tierra donde crecerán nuevas plantas, es el ciclo de la vida. Sin embargo, el fuego…, ese fuego que ahora sientes y que parece que va a matarte, es eterno.
Tras decir aquellas palabras, Achik se acercó a una sus viejas estanterías fabricadas con troncos, en el fondo de la cabaña, y cogió un brebaje. Luego se acercó a mí, se puso de cuclillas y sonrió. Me ayudó a sentarme en el suelo mientras sus ojos marrones me miraban fijamente, reflejando en su mirada, con la mayor sinceridad posible, que Achik no estaba disfrutando con mi sufrimiento.
—Bebe esto —dijo Achik extendiendo la mano con la que sujetaba el brebaje—. Normalmente alivia el dolor, pero en tu caso te mentiría si te dijera que te aliviará. No obstante, es todo lo que puedo hacer por ti ahora mismo. Lo siento.
Con gran esfuerzo, extendí la mano para coger el frasco, pero no fui capaz. Mis músculos me obedecían muy torpemente y el más mínimo movimiento intensificaba el dolor que sentía. Además, habitualmente todo mi cuerpo daba un respingo.
—Viértelo en mi boca, por favor, Achik —musité débilmente—. No puedo hacerlo solo.
Cerré los ojos y abrí la boca esperando a que Achik hiciera su parte. Sentí como el frío frasco de madera se apoyaba en mis agrietados y ensangrentados labios. Luego el brebaje, en el que se incluían pequeños trozos de hojas, cayó por mi garganta reseca aliviándome. El sabor de aquel líquido no se parecía a nada que hubiese probado antes, pero no cabía duda de que era lo más repugnante que se había despeñado nunca por mi garganta.
Continué gritando y retorciéndome, intentando combatir el dolor, hasta que la oscuridad se cernió sobre nosotros. La única luz que ahora teníamos para iluminarnos era la luz que emanaba de mí cada vez con menos intensidad. Por fortuna, tanto dolor causaba también agotamiento y, con ayuda de otro brebaje que me dio Achik, conseguí quedarme dormido aquella noche.
Cuando desperté todo había cesado. Mi cuerpo todavía estaba resentido, pero por lo menos ahora me permitía moverme sin sentir punzadas de dolor.
Mi única compañía, Achik, estaba sentado en una silla frente al lecho de hierbas sobre el que, supongo, me había colocado él. Me había arropado con una piel de oso y el calor que aquello generaba, junto con la disminución del dolor, me hizo sentir muy afortunado. No obstante, ahora que el dolor era lo suficientemente leve como para dejarme hablar, en mi cabeza se estaban formando muchas preguntas. Preguntas que necesitaban respuesta.
—¿Cuánto he dormido? —pregunté todavía con los ojos cerrados, intentando desperezarme.
Achik me colocó la mano sobre la frente para comprobar mi temperatura. Luego suspiró y dijo:
—No sabría decirte con exactitud cuánto has dormido, pero mucho. Ya es casi mediodía. Espero que hayas descansado y te encuentres mejor que ayer. Me tenías preocupado, Canake.
—Necesito agua…, por favor —murmuré débilmente.
Instantáneamente, Achik se levantó de su silla y se marchó. Yo abrí los ojos con dificultad mientras en mi cabeza no podía parar de pensar en si estaba haciendo lo correcto o, al contrario, acabaría por perder la cabeza y volviendo con los míos a la selva.
—¿Qué vamos a hacer aquí toda la eternidad? —pregunté a Achik, que ya volvía caminando hacia mí con un caparazón de tortuga lleno de agua—. Eso es mucho tiempo.
Achik rio. Me colocó el caparazón en los labios y di un largo trago de agua. Sentí un gran alivio cuando el agua fresca cayó por mi garganta reseca.
—Siento decirte, Canake, que el único que va a estar aquí para toda la eternidad eres tú.
—¿Cómo? —pregunté confuso, incorporándome en el lecho con dificultad.
—Yo solo soy un simple mortal —dijo Achik, solemne.
—¡No puedes dejarme solo, no estoy preparado para llevar esta carga en solitario! —exclamé temeroso.
—Tranquilo… Tengo cuarenta y tres años. No tengo intención de morirme todavía. Sin embargo, debemos ser conscientes de que tarde o temprano me enterrarás…, con lágrimas espero —añadió Achik con media sonrisa.
Al oír esas palabras un escalofrío se apoderó de mi cuerpo. Ya había sentido un escalofrío similar en incontables ocasiones a lo largo de mi vida y no podía ser otra cosa que la peor de las sensaciones…, el miedo.
En aquel instante, con la cabeza gacha, advertí que parte de mi pierna se estaba volviendo de color grisáceo. Recorrí aquella zona con la mano y comprobé que estaba helado, duro y era áspero.
El leve escalofrío que había sentido instantes atrás se acrecentó y unas ganas incontrolables de volver a mi casa se apoderaron de todo mi ser.
—¿Qué me está pasando? —pregunté aterrorizado, pasando la mano una y otra vez por la parte gris de mi pierna.
—Creo que ya va siendo hora de que te ponga al día sobre los cambios que sufrirá tu cuerpo —contestó Achik mirando fijamente mi pierna.
Asentí con el ceño fruncido y un sudor frío en la frente.
—Empecemos por eso que tanto te preocupa que le está ocurriendo a tu pierna —continuó Achik—. Verás, como te he dicho, no puedes ser el guardián siendo un simple mortal, pero como también he mencionado es la primera vez que yo recurro a este ritual. De hecho, no existen más cofres iguales a ese y es imposible de fabricar con los métodos de los que disponemos aquí. Por tanto, lo que le está pasando a tu pierna solo te ha ocurrido a ti, así que solo puedo contarte lo que mi mentor me enseñó.
—Te escucho —dije intentando mantener la calma.
—Lo que le está ocurriendo a tu pierna le ocurrirá a todo tu cuerpo, incluido tu rostro. Es una armadura hecha de piedra. Naturalmente, es impenetrable para cualquier arma común fabricada por hombres. —Achik pasó la mano por la zona de mi pierna de color grisáceo—. Curioso…
—¿Qué es lo que te parece curioso? —pregunté.
—No había sido capaz de contemplarlo hasta ahora. No me negarás que es un espectáculo para la vista —dijo Achik con una sonrisa nerviosa.
—Un espectáculo para la vista será cuando todo mi cuerpo esté recubierto por esta «piedra» —dije molesto, haciendo un gesto despectivo con las manos en dirección a mi pierna.
—Te preocupas demasiado, déjame acabar —dijo Achik molesto—. Si mis conocimientos son correctos, cuando tu transformación acabe serás capaz de volver a tu forma humana cuando te plazca.
—Eso está mejor —interrumpí de nuevo.
—Por otro lado, aunque todavía soy joven algún día moriré. Sin embargo, no estarás solo. Tu luz atraerá a gente con la que relacionarte y, si algún día eres libre, obedecerán tus órdenes ciegamente.
—¿Libre? —pregunté confuso.
—Sí, Canake. Cuando alguien complete el ritual y muera, tú serás libre y te tocará a ti decidir el destino de la raza humana.
—¿A qué te refieres?
—Cuando tu cambio acabe y tus «adoradores» aparezcan, serás lo suficientemente poderoso como para decidir el destino del mundo.
—¿Cómo seré capaz de decidir sobre algo así? ¿Cómo sabré si el mundo merece salvarse o no? —pregunté—. No me veo capaz de tomar una decisión tan crucial para el destino de todos.
—Serás capaz de sentir lo que pasa en cualquier parte del mundo. Te darás cuenta de que los humanos lo único que sabemos hacer es matarnos unos a otros pensando únicamente en nosotros mismos. Incluso es posible que llegue un momento en el que quieras ser libre para exterminar a los humanos, eso solo dependerá de ti.
—No me gusta la idea de tener ese poder y tener que condenar o salvar a la humanidad. Creo que no es algo que pueda decidir una sola persona, y aunque muchas veces los humanos se equivocan, también hay gente buena capaz de hacer grandes cosas.
—Llegado el día, de ti dependerá su destino. Existe la posibilidad de que nunca nadie complete el ritual y en ese caso no tendrás que decidir nada —añadió Achik poniéndome una mano sobre el hombro para consolarme—. También una vez escuché que es posible que surja un héroe capaz de pararte los pies si decides usar tus poderes para ser un tirano. Es todo muy confuso, Canake. Lo descubriremos con el tiempo. Recuerda que todo mal poderoso tiene su reflejo en el bien.
—Necesito ir a tomar el aire… —dije sintiéndome mareado mientras me levantaba del lecho despacio.
Continuaba demasiado débil, pero me sentía capaz de caminar lentamente sin caerme, sin embargo, Achik se apresuró a agarrarme del brazo para ayudarme a salir al exterior.
Atravesamos juntos la entrada de aquella solitaria cabaña y, tras respirar profundamente el aire fresco del exterior, pasé unos instantes contemplando las montañas del norte. La colina en la cual se encontraba la cabaña estaba rodeada de montañas por todos lados excepto por una pequeña abertura en el norte. Yo había llegado por el sur y lo que había en aquella dirección era completamente desconocido para mí.
Agaché la cabeza e, inmediatamente, advertí que mi pierna había vuelto a la normalidad. Aquello me mitigó y dibujó una sonrisa en mi rostro. Me volví para mirar a Achik y para mi sorpresa observé como el resplandor naranja no emanaba de mí, sino de la cabaña.
—Hasta que no seas lo suficientemente poderoso solo podrás ver los cambios en el interior de la cabaña, dentro del resplandor —dijo Achik tras comprobar la sorpresa y la duda reflejadas en mi rostro—. También te diré que si pretendes alejarte de aquí, notarás como con cada paso te debilitas más, hasta que finalmente mueras.
—Veo que por mucho que lo desee no puedo volver a mi hogar —afirmé con tristeza pensando en mi familia.
—No, pero puedes sentir lo que pasa allí si te concentras. Es el único contacto con el mundo que tendrás. Sé que es duro, Canake, no obstante, te garantizo que tu gente está bien y que las bestias que les acechaban ya son un mal recuerdo.
Asentí meditabundo y respiré profundamente intentando asimilar mi destino.
—Suficiente… —susurré, casi inaudible.
—¿Cómo dices? —preguntó Achik.
—Digo que para mí eso es suficiente. Estoy alegre por haber solucionado sus problemas y por que puedan vivir en paz, aunque para ello tenga que pasar aquí el resto de mis días.
Achik sonrió, tratando de empatizar conmigo.
—Vayamos al interior y comamos algo—sugirió Achik—, necesitas coger fuerza para todo lo que te espera.
Acompañé a Achik al interior de la cabaña y comimos un guiso de hortalizas que él mismo había preparado, principalmente con cebollas, patatas y zanahorias.
Tras la comida me sentí muy débil, tanto física como mentalmente, y decidí que lo mejor que podía hacer para aliviar mi cuerpo y mi mente del cansancio era dormir.
Lo primero que llamó mi atención al despertar fue que parte de mi brazo, sucio por la tierra y magullado, había cambiado. Se había tornado del mismo color gris que mi pierna. Pasé la mano por la zona grisácea y le di unos pequeños golpecitos con los nudillos. No sentí dolor alguno. Realmente mi cuerpo se estaba acorazando y aquella coraza era impenetrable.
Me desperecé violentamente y, al estirar mis músculos entumecidos, sentí un gran placer. Me puse en pie, observé mi alrededor buscando a Achik y comprobé que no se hallaba dentro de la cabaña. Sin embargo, sobre la mesa de madera que había en el centro de la estancia, me había dejado unas frutas que debían de crecer en los árboles de aquella zona, ya que no las había visto nunca en la selva yurí. Dichas frutas eran alargadas y amarillas con pequeñas manchas negras y estaban unidas unas con otras por un extremo. Ignoraba si debía pelarla, así que mi hambre y mi ignorancia fueron las culpables de que no dejara rastro alguno de aquella fruta.
Las engullí rápidamente y salí al exterior en busca de la única compañía que tenía desde hacía ya varios días. A pesar de todo, Achik había conseguido ganarse mi confianza, y después de haber dudado de él en numerosas ocasiones con respecto al ritual, ahora me parecía un hombre justo y honesto.
Luego, en el exterior, volví a mirar en todas direcciones en busca del chamán. Tampoco estaba por allí. Me quedé de pie junto a la entrada de la cabaña unos instantes y se me ocurrió que si iba a pasar toda la eternidad allí debía cuidar aquel sitio y hacerlo acogedor moldeándolo levemente a mi gusto.
El primer objetivo que me marqué, dado que estaba de pie junto a la entrada, fue conseguir algo donde sentarme en el exterior junto a la cabaña. No me costó mucho encontrar algo para dicha utilidad.
Caminé en dirección este, hacia un pequeño bosque que había antes de llegar a la falda de la montaña. Allí encontré un hacha, clavada en un tronco enorme, y unos maderos secos a medio cortar. No cabía duda de que en aquel lugar era donde Achik cortaba la leña. Lo más sencillo y menos laborioso en este caso era encontrar una piedra de un tamaño considerable sobre la que poder sentarme sobre ella.
Continué adentrándome en aquel bosque, el cual me era desconocido, respirando aquel aroma tan reconfortante que emanaba de los pinos que lo formaban. Tras unos pocos pasos, junto a un gran pino, encontré una piedra que se adaptaba a mis necesidades. Era lo suficientemente grande como para poder sentarme, y lo suficientemente pequeña como para poder transportarla yo solo hasta la entrada de la cabaña. Aspiré una última bocanada de aire antes de ponerme de cuclillas y agarrar la piedra con ambas manos.
Me sorprendió gratamente como se estaba fortaleciendo mi cuerpo, pues levanté aquella piedra sin el menor esfuerzo. Con la roca a cuestas volví a la cabaña y la coloqué justo a la derecha de la entrada.
Me propuse fabricar una antorcha para colocarla en el lado izquierdo y alumbrarme por las noches, sin embargo, contemplando el resplandor que surgía de la cabaña, asumí que hubiese sido totalmente inútil fabricar algo con lo que alumbrarme.
Pasé un largo rato sentado en la roca que acababa de colocar, mirando hacia las montañas por donde yo había llegado tras las cuales se encontraba mi antiguo hogar, la selva yurí. Desde mi llegada aquí no había dejado de anhelar a mi gente ni un solo instante y, sin duda, lo seguiría haciendo para el resto de mis días.
Recordé las palabras de Achik susurrándome en mi cabeza que si me concentraba sería capaz de sentir lo que ocurría más allá de las montañas. Según él, sería capaz de sentir lo que pasaba en cualquier lugar del mundo. Me vi obligado a intentarlo.
Cerré los ojos e intenté concentrarme en mi familia. Primero pensé en mi hijo Awki, ya que haberle dejado el liderazgo de la tribu siendo tan solo un niño era lo que más incertidumbre me generaba. Sin embargo, y a pesar de intentarlo con todas mis fuerzas, tan solo conseguía escuchar el canto de los pájaros junto a las molestas voces de mis pensamientos.
Volví a intentarlo, pero esta vez me concentré en Awqa, mi esposa. Tras unos instantes con los ojos cerrados, concentrándome solo en la oscuridad, intenté ignorar el cante de los pájaros y el sonido del viento. Desterré los pensamientos de mi cabeza y por un leve instante me pareció sentir un dolor ajeno a mí. No conseguía identificar de dónde provenía ni por qué había surgido, no era capaz de relacionarlo con nada que me hubiese ocurrido a mí, sin embargo, era real e intenso y lo sentía como si fuese mío. Dicha sensación duró apenas un momento, pero comprendí que lo que había sentido era el intenso dolor que le había provocado a Awqa con mi apresurada partida.
Una lágrima corrió por mis mejillas al ser consciente de que, a pesar de haberles dado una vida tranquila sin ninguna amenaza que no puedan combatir por sus propios medios, mis seres queridos estaban sufriendo por mi ausencia. De nuevo dudé de si había hecho lo correcto. No obstante, lo que sí tenía claro era que había hecho lo que yo consideraba correcto, estuviese bien o mal.
Aparté las lágrimas de mis mejillas con la mano y cerré los ojos intentando sentir a mi hijo Awki de nuevo. Naturalmente, no conseguí nada. En mi estado actual no estaba lo suficientemente calmado como para poder alcanzar la concentración necesaria para poder sentir a mi hijo. Sin embargo, eso ya daba igual, pues otro suceso llamó plenamente mi atención. Un grupo de cuatro personas estaban caminando hacia la cabaña, probablemente, con malas intenciones.
Busqué desesperadamente un arma con la que poder defenderme mientras los nervios se apoderaban de mí impidiéndome pensar con claridad. No había nada a mi alrededor que utilizar en mi defensa. Por suerte, una idea fugaz atravesó mi cabeza y recordé el hacha en el bosque cercano con el que Achik cortaba los troncos. Corrí hacia allí asombrándome de lo veloz que me había vuelto. Agarré la gran hacha con una mano sin el menor esfuerzo y corrí de nuevo a la entrada de la cabaña a esperar a que el tiempo siguiera su curso y aquellas cuatro personas se acercaran a mí.
—¿Quiénes sois? —grité en tono amenazador, cuando ya estuvieron lo bastante cerca como para que me oyeran.
Aquella gente parecía una familia de cuatro personas y su color de piel era mucho más blanco que el mío y el de Achik.
El mayor de todos debía de tener entre treinta y cuarenta años. En su pelo negro y muy poblado ya le habían empezado a salir los primeros pelos blancos, que, sin duda, eran símbolos de la vejez. Dicho hombre no era muy alto y estaba un poco rechoncho.
La mujer, que debía de ser su esposa, era bajita y tremendamente delgada. Aparentemente, no debía de superar los treinta años de edad. Tenía el pelo muy largo y marrón, el cual se veía muy limpio y le aportaba un aspecto radiante.
Los dos que quedaban eran más jóvenes. Debían de tener trece años como mucho y eran un niño y una niña. Ambos eran la viva imagen de su padre, y para bien o para mal, el rostro de su padre puesto en una niña era un insulto a la belleza. Sin embargo, el niño era bastante apuesto.
Todos vestían una prenda de color marrón que les tapaba el cuerpo completamente y solo dejaba ver sus castigados pies descalzos.
—¡Tranquilo! —gritó el hombre poniendo las manos en alto—. No queremos hacerte ningún daño.
—¡Eso es precisamente lo que diría alguien que viene a hacer daño! —exclamé con el ceño fruncido, antes de levantar la gran hacha con ambas manos, amenazándoles.
Antes de que pudiéramos decir o hacer nada más Achik apareció a mi espalda para poner fin a aquella situación de una forma pacífica.
—Baja el hacha y cálmate, por favor, Canake —ordenó Achik, solemne.
Miré los ojos del chamán, en quien yo confiaba, y sentí que debía hacerle caso. Quizá me había excedido y, realmente, aquella gente tenía buenas intenciones.
—Mi nombre es Balam —dijo el hombre aún tembloroso—. Ella es mi esposa, Balanca. Y mis hijos: Eluney y Luriel.
—Me alegro de saludarte, Balam —dijo Achik—. El asustadizo que todavía sostiene el hacha entre sus torpes manos es Canake, y yo soy Achik.
—Es un placer —continuó Balam—. Si me lo permitís os explicaré nuestras bondadosas intenciones.
—Adelante.
—Nosotros vivimos en una aldea al norte de aquí, en la llamada Aldea de las Tormentas. Allí soy carpintero.
—¿Carpintero? —interrumpí, curioso.
—Un carpintero es alguien que trata la madera convirtiendo los troncos y ramas en tablas. Por el estado de vuestra cabaña, deduzco que no debe haber carpinteros por aquí.
—Somos los únicos que vivimos aquí —interrumpí de nuevo—. Por eso me ha desconcertado veros llegar.
—En tal caso, os vendrá bien un carpintero. Ahora, si no te importa, me gustaría continuar con mi historia —dijo Balam, que parecía haberse molestado un poco por mis interrupciones.
Asentí y solté el hacha. El mango del hacha golpeó contra el suelo levantando una pequeña nube de polvo que aportó tranquilidad a la familia de Balam.
—Hace apenas una semana observamos la aparición de ese curioso resplandor naranja —continuó Balam, señalando con la mano el resplandor que emanaba de la cabaña—. Y desde entonces hemos sentido la curiosa necesidad de venir a instalarnos aquí, esperamos no ser una molestia. Si lo deseáis nos marcharemos por donde hemos venido.
—En absoluto, sois bienvenidos —contestó Achik rápidamente, adelantándose a mi respuesta.
—Mi esposa, Balanca, es una agricultora excelente. Se le da muy bien cultivar todo tipo de hortalizas las cuales podremos compartir y subsistir en paz todos juntos.
Achik asintió.
—Muchos otros en mi aldea deseaban venir aquí. Regresaremos para buscar nuestras herramientas y poder trabajar en la construcción de nuestra casa y, si no hay inconveniente, otros nos acompañarán a nuestro regreso. Como he dicho, sentimos el deseo de estar cerca del resplandor y nos complacería muchísimo vivir junto a vosotros.
—Todos los que tengáis buenas intenciones sois bienvenidos —dije, arrepentido por haberles amenazado con el hacha.
—En tal caso —añadió Balam—, regresaremos en unos días. Me despido de vosotros, Canake y Achik. Hasta pronto.
Los cuatro miembros que formaban aquella familia hicieron una leve reverencia con la cabeza y partieron en dirección opuesta. Yo miré confuso a Achik. Ya me había advertido de que esto pasaría y que vendría gente atraída por el resplandor, sin embargo, no esperaba que llegaran tan pronto.
Achik sonrió, me dio un leve golpe con la mano en el hombro y caminó despacio hasta la cabaña. Le seguí confuso hasta el interior. Cuando entré en la cabaña, Achik estalló en carcajadas.
—Tienes más miedo que un cachorro de lobo perdido —rio Achik.
Fruncí el ceño, molesto. Antes de que pudiese abrir la boca para defenderme Achik dijo:
—Ya te había advertido de que esto pasaría. —Achik continuó riendo—. No era necesario que te presentaras allí con el hacha en alto.
Me serví agua en un caparazón de tortuga, me senté a la mesa y la bebí de un trago antes de continuar con aquella conversación.
—No pude adivinar sus intenciones —dije con la cabeza gacha—. Ni siquiera fui capaz de sentir a mi familia. Intenté concentrarme y sentirles, pero fue inútil. Solo conseguí sentir un instante fugaz a mi esposa, creo.
—De ahora en adelante cientos de personas vendrán a vivir junto a ti —dijo Achik dejando a un lado las risas—. Debes ir acostumbrándote a ello.
—¿Cientos? —pregunté sobresaltado, poniéndome en pie repentinamente y haciendo caer la silla al suelo.
—Al principio sí, cientos. Luego, una vez completes tu transformación, cientos de miles se sentirán atraídos por la llamada del resplandor naranja y te adorarán como a un dios.
Al escuchar sus palabras y nombrar mi transformación observé mi cuerpo, en el cual no quedaba una sola extremidad sin parte de recubrimiento gris.
—Debes estar preparado, Canake. Solo tú decidirás para qué utilizas a esta gente. Yo lo único que puedo recomendarte es que actúes siempre con justicia y no abuses de tu poder, ya hay suficientes tiranos en el mundo.
Los nervios se apoderaban de mí. Me pasé una mano por el rostro mientras las palabras de Achik resonaban en mi cabeza. Por suerte mi rostro no era de piedra… aún.
—Tranquilo, yo te ayudaré hasta el día de mi muerte —añadió Achik con el gesto serio—. E intentaré ayudarte para que seas capaz de sentir a tu familia si eso te satisface, pero debes tener paciencia, es un proceso largo y requiere mucha concentración. No obstante, estoy seguro de que tarde o temprano lo conseguirás, pues tengo la impresión de que vas a ser un gran guardián de la llama, Canake.
—Espero que tengas razón, pero por ahora lo único que tengo son dudas e inquietud —contesté—. Ni siquiera sé por qué me llamas guardián de la llama.
—El resplandor —contestó Achik señalando al techo—. Eso es la llama.
—Sigo teniendo muchas inquietudes.
—No estarías vivo si no las tuvieras —añadió Achik con una sonrisa—. Tómate el tiempo que necesites, Canake. Este es un proceso lento en el que no hay prisa para nada.
—Me atemoriza no estar a la altura —dije mirando a Achik fijamente.
—Lo estarás, amigo mío, lo estarás.
Después de cinco días de calma, en los cuales mi transformación se había acelerado y en el interior de la cabaña gran parte de mi cuerpo era de piedra, Balam y su familia regresaron. Venían tirando de varias carretas cargadas de herramientas y acompañados por muchos otros. Yo estaba sentado sobre la piedra en la entrada de la cabaña junto a Achik, viéndolos llegar pensando en por qué se sentían atraídos por el resplandor.
Me puse en pie, respiré hondo pensando en cómo actuar y me adelanté a su encuentro. Cuando estuvieron lo bastante cerca de mí como para escucharme se detuvieron. Todos y cada uno de los ojos de aquella gente estaban clavados en mí, como si fuesen depredadores a punto de atacarme. Recordé las palabras de Achik que decían que aquella gente me adoraría y que debía actuar con justicia.
—¡Bienvenidos seáis todos! —grité, mirándoles fijamente y escrutando sus ojos.
Observé que una pequeña parte se había arrodillado y me acerqué a ellos lentamente. Cuando estuve al lado del primer hombre de rodillas, un anciano el cual no alzó la cabeza para mirarme, me sentí poderoso, pero no podía permitir que aquella gente se sintiera esclavizada.
—En pie —susurré, colocando una mano sobre su hombro.
Al sentir mi mano, aquel hombre alzó la cabeza para mirarme. En su rostro arrugado se reflejaba que, a pesar de estar de rodillas, estaba satisfecho con sus actos y era feliz sometiéndose a mí.
—En pie —repetí, forcé mi mejor sonrisa para tratar de transmitir confianza al anciano que ahora me miraba fijamente.
El anciano comenzó a alzarse lentamente y yo agarré su brazo para ayudarle a levantarse. Tras esto coloqué una mano sobre su hombro, le miré fijamente a los ojos y asentí con solemnidad dándole mi aprobación.
—¡En pie! —grité con todas mis fuerzas, animando a todos los demás a alzarse.
En ese instante me di cuenta de que Achik me había estado observando todo el tiempo para ver de lo que era capaz. Por suerte, haber liderado la tribu yurí durante años hacía que guiar a un grupo reducido de personas fuese una tarea sencilla.
—¡Todos sois libres de iros en cualquier momento! —grité, colocándome de nuevo frente a ellos.
Ahora todos estaban en pie y me miraban con respeto. Miré a varios de ellos fijamente y me agradó no observar temor en sus miradas. Además, volver a sentirme líder de algo me gustó, me acercaba un poco más a mi anterior vida, a mis raíces.
—Debéis saber que los que os quedéis deberéis compartir vuestros bienes con el resto —grité con el gesto serio—. ¡Incluido yo! Yo os daré todo lo que poseo y os ofreceré mi ayuda para lo que necesitéis, solo tenéis que pedirlo.
La multitud comenzó a murmurar y un leve atisbo de conformidad se reflejó en sus miradas.
—También debéis saber que cualquier tipo de agresión contra otro miembro de la comunidad que formaremos será castigado. ¡El castigo será la muerte! No toleraré ningún tipo de pelea, ofensa o resquemor. Ahora somos una gran familia y las familias se cuidan unos a otros, ¡no se pelean!
Asintieron de inmediato. Al parecer estaban de acuerdo con mi decisión.
—Ahora podéis comenzar a fabricar vuestras casas, si necesitáis mi ayuda solo tenéis que pedirla y encantado os complaceré si me es posible.
Tras decir aquellas palabras intenté mostrar mi cuerpo acorazado por la piedra en el exterior de la cabaña para así ganarme aún más su respeto y admiración. No obstante, no lo conseguí. Eso solo podía significar dos cosas: que aún me quedaba mucho por aprender, o que estaba demasiado lejos de la cabaña.
Los recién llegados comenzaron con sus quehaceres y yo caminé hacia la cabaña. Hice un gesto a Achik para que me siguiera al interior, necesitaba tener unas palabras con él. Nos sentamos a la mesa y Achik me miró orgulloso y conforme por lo que había hecho con esa gente.
—Necesito aprender a dominar mi transformación y poder mostrar mi coraza en el exterior. No cabe duda de que mostrar mis habilidades me fortalecerá como líder.
—No puedo ayudarte, Canake. Lo siento —dijo Achik acariciando las plumas de su colgante—. Lo único que puedo decirte para que desarrolles tus habilidades y aprendas a dominarlas es que en la concentración está la clave de todo. No debes pensar en nada más que en lo que quieras conseguir.
Asentí con tristeza, pues lo había intentado en numerosas ocasiones y apenas había conseguido nada. Sin embargo, lo volvería a intentar las veces necesarias con tal de poder acercarme un poco más a mi esposa y mi hijo.
—Lo primero que te enseñan cuando vas a ser chamán —continuó Achik— es que debes estar en paz con los espíritus del pasado y alcanzar la concentración absoluta. Sin la concentración y la armonía con nuestra alma no somos más que simios. Como ya he dicho, para ello necesitas paz, sobre todo paz interior. Debes desterrar tus emociones negativas como el miedo, la rabia o el odio y quedarte solo con lo que te sirve y es necesario.
—¡Lo intenté! —dije frustrado—. Y no conseguí nada…
Achik se puso en pie, rebuscó en el estante más cercano y vertió un líquido en dos caparazones de tortuga.
—Caium —dijo Achik, entregándome uno de los caparazones—. Bebe, te irá bien para calmar los nervios y sentirte en paz.
Mojé mis labios con aquel líquido blanquecino y opaco. Estaba amargo y al tragarlo sentí como mi garganta ardía levemente y mi rostro se deformaba para mostrar una expresión de asco.
—Está fuerte y amargo —añadí tras dar otro sorbo.
—La fermento yo mismo con raíces de yuca. —Achik sonrió.
—Tengo la sensación de que aún me queda mucho por aprender —dije dando otro largo trago, dejando que el caium me embriagara—. ¿Esto también te lo enseñan cuando quieres ser chamán?
—No, pero tú tienes toda la eternidad para aprender —contestó Achik llenándome el caparazón de tortuga de nuevo—. Con el tiempo serás capaz de hacer grandes cosas y te convertirás en el hombre más sabio que haya existido. Luego tú decidirás qué hacer con esa sabiduría.
—¿Crees que alguien completará el ritual algún día? —pregunté, echando a un lado mis miedos.
—Los rituales como este son peligrosos —dijo Achik bebiendo de su caium—. Hace mucho, mucho tiempo, mi mentor me contó una historia en la que un poderoso ritual salió mal.
—¿Y qué pasó? —pregunté.
—Los que lo realizaron murieron en el acto —dijo Achik sin darle importancia—. No obstante, al errar en la preparación del ritual lograron invertir el curso diario del sol.
Bebí otro sorbo.
—Entonces…, ¿crees que tratarán de completar este ritual?
—Si conozco bien a los humanos… —dijo Achik pensativo—. Sí, algún día alguien querrá completar el ritual y hacerse con el poder que otorgan las bestias: las águilas ventisca y los zorros infernales. Sin embargo, si tú has escondido todo bien y no le has hablado a nadie del ritual, será difícil que alguien se entere de ello.
—Solo le hablé de ello a mi familia. El secreto está a salvo.
—No conoces a tu futura familia, Canake…
—¿Qué quieres decir? —pregunté confuso.
—Pues que, irremediablemente, sobrevivirás a tu esposa y tu hijo —dijo Achik, sirviendo más caium—. Probablemente, tu hijo hablará del ritual a sus hijos, tus nietos, y ellos a su descendencia.
—Tienes razón —dije, ya bastante embriagado por el caium—. Pero…
—Pero quizá alguien algún día, ya sea por ambición o necesidad —me interrumpió Achik— decide intentar completar el ritual. Así que sí, Canake, es muy probable que tarde o temprano puedas salir de aquí y destruir el mundo…, o encontrar al héroe que te pare los pies.
—Sigo sin entender por qué iba a querer yo destruir el mundo —añadí.
—Eso solo dependerá de ti. Pero es probable que después de muchos años decidas que la raza humana no es digna de vivir aquí porque solo saben destruir y matarse. Podrás tomar la decisión de dejarle este mundo a las plantas y los animales, los cuales solo matan para sobrevivir y no por ambición. Pero, insisto, esa decisión la deberás tomar tú, Canake.
—Necesito salir a tomar el aire —dije, apoyándome en la mesa para ponerme en pie.
Tras levantarme, y sentir como el caium me impedía mantenerme derecho, caminé con dificultad hacia el exterior. Lo primero que vi, además del sol acariciándome cálidamente el rostro, fue que un nuevo pequeño grupo de gente estaba frente a la cabaña esperándome arrodillados. En mi estado no me sentía capaz de demorarme mucho con aquella gente.
—¡Poneos en pie y ayudad a los demás a construir sus casas! ¡Luego ellos os ayudaran a vosotros! —grité ebrio—. ¡Sabed que cualquier agresión será castigada con la muerte!
Tras decir esas palabras me volví a refugiar en la cabaña.
—¡Ha llegado un nuevo grupo! —informé sobresaltado.
Achik rio.
—Muchas más vendrán, ya te lo he dicho —añadió Achik—. Lo que no te he dicho y que ya deberías saber es que en tu estado actual eres incapaz de gestionar nada, un orangután ciego y sordo lo haría mejor que tú.
Una enorme sonrisa, causada por el caium, se dibujó en mi rostro iluminando todavía más la cabaña.
—Me voy a dormir entonces…, pero no sin antes decirte que esto es culpa tuya —dije señalando a Achik con el dedo—. ¡Eres un embaucador!
—¡Yo no te he amenazado para que bebieras! —se defendió Achik riendo.
Sin decir nada más, y mientras toda la cabaña daba vueltas a mi alrededor, caminé hasta tirarme de mala manera en el lecho y quedarme dormido.
El tiempo pasó deprisa y, en poco menos de un año, había venido la suficiente gente como para crear una comunidad enorme, la cual cada día crecía con los nuevos viajeros que llegaban junto a nosotros atraídos por el resplandor.
Cada uno de los gremios estaba liderado y organizado por el más habilidoso en dicho campo. Balam, el primero que llegó, era el encargado de organizar los trabajos de carpintería y construir nuevas casas para los demás. Sin embargo, por alguna razón que desconozco, nadie quiso construir su casa junto a la cabaña del chamán donde yo vivía y de donde emanaba el resplandor. En vez de eso se habían alejado adentrándose entre los árboles del bosque cercano para construir allí sus hogares. No cabía duda de que estaban haciendo un trabajo formidable, pues sus hogares se veían mucho mejor que la cabaña del chamán, tanto en comodidad como en robustez.
La cabaña también había mejorado mucho. Balam y su gente nos habían fabricado una mesa y unas estanterías nuevas con tablas de madera de pino que, por su belleza y aspecto, daba la sensación que no encajaban dentro de aquel destartalado lugar.
Balanca, la mujer de Balam, era la jefa de los agricultores. Habían sembrado enormes campos de hortalizas y multitud de árboles frutales que utilizábamos para alimentar a toda la comunidad.
Eluney, una mujer joven y guapa de las últimas en llegar, había demostrado ser muy hábil con la caza y ella se encargaba de organizar las batidas. Con su sabiduría y experiencia, sabía qué animal podíamos cazar en cada época del año para no dañar el ecosistema y extinguirlos.
Por ahora estábamos intentando aparear a los animales y formar lo que ella llamaba una granja, que según me había contado era muy común en su tierra natal. Aquello nos proporcionaría un flujo de animales constantes e inagotables.
Por último teníamos a Ikal, un valeroso guerrero encargado de crear armas y de adiestrar a los demás en combate para cuando fuese necesario.
Cada uno tenía su labor, sin embargo, cuando hacía falta todos ayudaban en lo que fuese necesario sin importar si era su tarea o no.
Achik sanaba a la gente que caía enferma o herida, ya fuese suministrándole brebajes o aplicándoles ungüentos. Por fortuna, hasta la fecha no habíamos tenido ningún incidente entre miembros de la comunidad y las heridas eran provocadas, normalmente, por animales o accidentes.
Yo por mi parte me encargaba de mantener vivas sus almas y las alimentaba aportándoles esperanza de futuro y dejando ver los claros avances en la transformación de mi cuerpo.
Hacía apenas un mes que era capaz de mostrar mi coraza fuera de la cabaña y, como había dicho Achik, al contemplar aquello me adoraron como a un dios. Mi intención nunca fue ser adorado, es más, cuando acepté el sacrificio de convertirme en el guardián pensaba que pasaría el resto de mis días solo junto a Achik. Sin embargo, estaba siendo bondadoso con todos los que llegaban, aportándoles un hogar donde dormir y algo de comer que llevarse a la boca. También había sido justo, pues podría haberles esclavizado para mi comodidad y en ningún momento se me pasó por la cabeza hacerles tal cosa.
Mis habilidades para sentir lo que ocurría en otras partes del mundo también se habían desarrollado a un ritmo vertiginoso. Era capaz de sentir como Awki, mi hijo, lideraba a la tribu yurí con justicia y estaban creciendo y desarrollándose a un ritmo que superaba con creces lo conseguido cuando yo era el líder. Awki ahora tenía una esposa. Con un vínculo tan grande como tenía con mi hijo podía sentir incluso sus pensamientos, sabiendo así que su intención era ser padre en breve.
Aquella habilidad de sentir lo que ocurría en otros lugares era un arma de doble filo. Pues podía sentir como todas las personas relacionadas con mi anterior vida prácticamente ya me habían olvidado. Nunca les he culpado por ello, pues el tiempo pasa y yo no pretendía que me lloraran hasta el fin de sus días, pero mentiría si dijera que no me entristecía.
Awqa, la que había sido mi esposa, todavía me recordaba en ocasiones, podía sentirlo. Sin embargo, estaba embarazada de otro hombre. Inexplicablemente y a pesar de haberme olvidado, ver lo bien que se habían adaptado a una vida sin mí me hacía feliz.
Cuando acepté ser el guardián, y sacrificarme por el bienestar general, ya sabía que viviría en el exilio alejado de mis seres queridos, pero tener la habilidad de poder adentrarme en las sensaciones de Awqa, y comprobar como estaba, para mí era suficiente. Me conformaba con poder ser el guardián de sus sueños.
Salí al exterior para disfrutar de ese magnífico día. Dejé visible mi coraza y advertí que gran parte de mi transformación ya estaba casi completa. Gran parte de mis extremidades y torso eran de piedra. Los huecos donde no había piedra mi piel también había desaparecido y en su lugar había llamas. Era aterrador para cualquiera que no lo hubiese visto nunca.
Volví a mi forma humana, con la cual yo me sentía más cómodo, y me senté en la piedra junto a la cabaña. Cerré los ojos y me concentré, ignorando todo lo que pasaba a mi alrededor, para sentir lo que ocurría en otros lugares. Esta vez no intenté sentir a Awki o a mi gente, esta vez me fui más allá del mar y encontré vida. Una vida efímera llena de odio y rabia que desaparecía con cada intento de profundizar más en sus emociones. Eso solo podía significar una cosa: como Achik había dicho, los humanos estaban matándose unos a otros.